impecable jardinera
Empezaba a caminar cuando algo me ha salido al paso dándome el alto en voz baja: el principio de una línea yo diría que… perfecta.
Había unos hombres trabajando en el sufrido jardín que provee de cierto verde y alguna frescura a los bloques grises en los que vivo.
Me ha llamado la atención uno de ellos. Justo el que elevaba el azadón al cielo para clavarlo con rotundidad en la tierra y seguir trazando un surco que he supuesto serviría para conducir gomas de riego o algo así.
Pero lo llamativo no eran ni el surco, ni los certeros golpes de azadón, ni el rubicundo personaje que los daba. Si no su camisa, color verde manzana. Estaba tan limpia y tan bien planchada que me ha conmovido la perfección de la raya en sus mangas. No se plegaba ante nada, ni perdía la compostura por más que se esforzaran en “zanjar” el tema aquel jardinero y su azada. Por la edad y aspecto del hombre, he pensado que aquel primor de línea sólo podía ser obra de una mujer, y que muy seguramente era la suya.
¡Cuántas lecturas en esa raya escrita sobre tela! … ¡Era un tratado sobre el amor escrito a golpe de plancha!…
Una materia que ya nadie estudia, una disciplina quizá inútil por efímera, pero no por ello ha pasado desapercibido el inmenso talento de su delineanta.
Esa raya me ha dicho mucho más que el discurso de envestidura del Secretario General de Naciones Unidas; esos impecables centímetros han resultado más categóricos que, por ejemplo, los descubrimientos hechos sobre el origen del universo en el kilométrico acelerador de partículas; esa raya meridiana vestía más sobre el cuerpo recio del jardinero que cualquiera de los modelitos que lucen las estrellas de cine sobre la alfombra roja que lleva a recoger un Óscar; esa generosa muestra de entrega me ha resultado más respetable que la rodilla del indio que se hincó de bruces ante el mismísimo Hernán Cortés, y a la vez más humilde que el pan que rebanaba junto a su jumento el tierno escudero de Don Quijote; esa raya inquebrantable me ha resultado más recta que la disciplina en los ejércitos y más cuidada que la pulcra escritura de la mejor plumilla de La Escuela de Traductores de Toledo. Pocas veces he visto una raya tan bien hecha, me ha parecido tan trabajada como mejor de las rimas del Siglo de Oro, como la pincelada más magistral del Barroco.
Jardinera de las sombras, cómo haces que luzca tu hombre, con qué sencillez, con qué arte milimétrico, con qué férrea e incandescente abnegación.
Si no te lo dice él, seré yo el que te lo diga: impecable trabajo.