Seleccionar página

el precio de cautivar

Abr 28, 2022

Hace poco, callejeaba por un pueblo muy blanco, uno de los más coquetos y radiantes de ese sur nuestro que da paso a un norte infiel. Un pueblo al que salpican las olas más levantiscas de Andalucía: Conil de la Frontera. Conil de una frontera ya inexistente, pero que, hace siglos, separaba los reinos castellano y nazarí. 

Recuerdo que iba fijándome en la estrechez de sus calles cuando me detuvo la amplitud de una de sus fachadas, vivamente encalada, sin el más mínimo adorno, ni siquiera el de un simple tiesto en flor. 

ventanuco en fachada encalada

La curiosidad suele toparnos con cosas tan sorprendentes como el diminuto ventanuco que vi en esa fachada -bajo el que se podía leer “se vende”-, y que estaba -nunca mejor dicho- cerrado a cal y canto. 

Al verlo, depronto, me dio por pensar: … “que el que vende tenga claro de qué se desprende, nunca estuvo más lejos de ayudar a saber, al que compra, qué adquiere”. 

Después seguí divagando: “¿qué habrá realmente tras esa oquedad angustiosa que a gritos pide aire, luz y hasta libertad?… ¿Será posible que haya un hogar ahí, será tan siquiera “ahí” un lugar?”… 

Inevitablemente me puse a considerar el tipo de vida que alguien habrá llevado en esa lúgubre… mazmorra. Después, que ha habido muchos ejemplos en la vida de presos que, quizá, gracias a estar precisamente cautivos, nos han cautivado. El ansia de hacerse presente la vida en cualquier ser animado, es una constante imposible de ocultar, y cuanto más se intenta, más revienta.    

Viendo ese simple respiradero, ahora pienso en las oscuras mazmorras que encerraron a tres grandísimos “migueles”, cuya superioridad sin duda, en parte se fraguó en la más condenada de las oscuridades: 

El Miguel cuya desbordante imaginación dio vida a un ser que, pese a su triste figura, fue el más noble, intrépido y fascinante de los caballeros: Don Quijote de una Mancha ya imborrable. Encerrado injustamente en la cárcel de Sevilla en sus años de recaudador y, ya manco, en el facineroso Argel de la más sórdida piratería. Cervantes, en cautividad, vio una luz que habría de iluminar para siempre el arte de narrar.

El desafiante Miguel que descubrió la circulación sanguínea pulmonar, sacrílego refutador de la Santísima Trinidad, perseguido por el propio Calvino hasta ser encerrado y hasta tres veces condenado al fuego: in absentia, en carne y hueso, y, siglos despúes de «prendido», in memoriam, fundido por torturadores de las esculturas-figuras más significativas en la Francia colaboracionista. Él, Miguel Servet, preso de pánico, antes de extinguirse, iluminó a la ciencia más cavernícola .

Y el Miguel de El Rayo que no Cesa, encerrado en Palencia, Ocaña y las mazmorras de Alicante, donde su vida se fue apagando a consecuencia de la tuberculosis y después de hacer del inmenso amor a su segundo hijo, a su mujer Josefina y a la vida que ellos representaban el más hermoso poema que un condenado ser humano haya escrito: Las Nanas de la Cebolla. (Lo dijiste tú, Federico: ¡qué grave llega a meditar la llama del candil!).

Alcanzar a ver belleza en la oscuridad es… un extraordinario milagro, y seguramente el precio que hay que pagar no sé si por alumbrar o por deslumbrar.

Pero hay más ejemplos de este prodigioso y llamativo milagro, ejemplos que encarnan otros especímenes menos humanos, pero que, no por ello, resultan menos cautivadores. Una simple planta, a mí, me puede llevar a entenderlo así.

Inexplicablemente, la vida siempre brota con fuerza de la oscuridad.

brote en respiradero

Tras meses en el oscuro útero materno, o esperando la primavera bajo tierra, o mecida por las corrientes en el abisal lecho marino. La Vida, la Imaginación, la Creación… diría que siempre germinan en la sombra. Cuanta más oscuridad rodea al hombre, el alma de sus hijos más inspirados se vuelve más fecunda. Qué fascinante misterio es hallar en esas condiciones una súper-vivencia.

Ese ventanuco no tiene precio, porque el condenado que se atreva a vivir ahí, renunciando a la luz, encerrado a cal y canto, habrá de cautivar al mundo con sus propias luces, revelándonos alguna ignota y asombrosa genialidad.

Voy a llamar, a ver qué piden.