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Ello facilita la muerte

Feb 20, 2022

Hoy he visto cuál es el gran argumento que… digamos “Ello”, tiene para llevarnos a “comprar” y “divulgar” los infinitos cambios que su inagotable y excitada creatividad nos propone, llevándonos a enterrar viejas costumbres, y renunciar a recursos, técnicas y objetos que nos fueron de siempre útiles. 

El éxito de “Ello” reside en la nada velada promesa que su infatigable inventiva nos hace, y que se resume en un poderoso concepto tan universal como imperecedero: 

“facilitarnos la vida”. 

Si te fijas, casi todo lo que “Ello” lanza y triunfa, impone cambios en ese sentido, engendrando enredos, basura y de alguna forma, alienación.

Todo lo que responde a esa máxima y promesa que es “facilitar la vida”, vence y convence rápidamente. «Ello» es, y siempre será, nuestra debilidad: eliminar todo tipo de esfuerzo y pérdida de tiempo.

Pero evitar esfuerzos implica perder fuerzas -y facultades-; como, ganar tiempo, implica tener que dedicárselo a otras cosas, o… sencillamente, tener que perderlo de otra forma, y no siempre conveniente o más enriquecedora.

imán recoge bolas de petanca

Parece mentira, pero así lo he entendido viendo a unos finlandeses jugar a la “petanca”, el juego de los “pès tancats” (de ahí viene su nombre, aunque nadie junte los pies al lanzar la bola). 

En un asombroso parque, repleto de palmeras y escandalosas cotorras verdes, la petanca reúne todos los días a un montón de escandinavos jubilosos y jubiladísimos. Tengo claro que para relacionarse, echar unas risas y mover su culo. 

Para jugar a la petanca no se requiere mucho, ni siquiera esfuerzo. Se trata de encorvarse un poco, apuntar al boliche y lanzar dos bolas de metal de unos 600 gramos cada una.  Una vez visto quién ha tenido mejor puntería, malicia o potra, hay que agacharse, recoger las bolas y volver a la casilla de salida. No es un juego de excesivo riesgo, mientras nadie pierda el juicio o se vuelva agresivo.

Sin embargo, “Ello” ha dado el pelotazo inventando un cordel que acaba en un potente imán capaz de atrapar las bolas, con objeto de alzarlas… ¡y sin tener que agacharte!… Brillante pero patético invento que la mayoría de jubilados ya ha comprado y convertido en un complemento imprescindible para ser un cualificado y admirable “petanquero”.

Descubrirlo me ha llevado a pensar que, pronto, alguien ideará el “lanza-bolas-de-petanca”, un ingenio que pienso patentar yo mismo porque estoy convencido de que va a marcar un antes y un después en este juego, permitiendo, con sólo apretar un gatillo, competir sin tener que hacer el más mínimo esfuerzo a la hora de lanzar tus dos bolas.

Pensando en esta estupidez, he entendido que, en realidad, la tecnología no trabaja para “facilitarnos la vida”, que muchas veces, la verdadera “reason why” de sus ocurrencias -antes de convertirse en el “top of mind” del consumidor-, es otra y bien distinta: 

“facilitarnos la muerte”.

Y es que hay cientos de chorradas fruto de la calenturienta imaginación de “Ello”, que trabajan con sigilo y determinación para facilitándonos no la vida, si no la muerte, la física y mental. 

Cuántas innecesarias soluciones facilitan ya la ausencia del más mínimo esfuerzo. 

Cuántos sensores, apps, automatismos o instrumentos que incorporan una inteligencia artificial, facilitan ya la imbecilidad más absoluta. 

Cuántos inventos facilitan la lenta extinción de nuestro pensamiento, llevándonos a renunciar a cualquier compromiso con la lógica y el razonamiento. 

Sí, cuánto hallazgo prescindible nos facilita una importante cuota de pérdida de libertad, arruinando la comunicación entre humanos, obligándonos a renunciar a la facultad de improvisar y encontrar nuestros propios caminos, creando una dependencia atroz de instrumentos y seres inanimados.

Cuántos de «Ello» nos facilitan una visión parcial de los procesos, negándonos poder tener una visión completa de las cosas, esa que despierta el espíritu crítico y la rebeldía contra lo que daña.

En definitiva, que me da la impresión de que no se trata tanto de facilitarnos la vida, si no de proveernos, en gran medida, de una forma de agonía que nos facilite una sutil muerte en vida.

(Tiene gracia, se podría decir: me está matando una sobredosis de calidad de vida).

Se me viene depronto algo a la cabeza: recuerdo a un chico llegar en patín eléctrico a un inmenso gimnasio de Madrid. A la vuelta de hacer no sé qué, lo volví a ver a través de una gran cristalera, corría en una de esas cintas estáticas que hay a pares en las salas de entrenamiento. Recuerdo que, en ese preciso instante, vino a mi mente el divertido tono de “ERROR” que había instalando en su Macintosh un Director de Arte con el que tuve la fortuna de trabajar, un andaluz tan tímido como “salao”. Cada vez que metía la gamba apretando una tecla incorrecta, el ordenador saltaba indignadísimo y le preguntaba de mala manera pero en perfecto andaluz: 

“¿Pero tú ere tonto?”. 

Cada vez estamos más lejos de dar con la tecla que nos permita… más que vivir sencillamente, sencillamente vivir sin tanta tontería.  

Las cosas se complican innecesariamente, por «Ello», cada vez somos más, más tontos.