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de autos y autoridad

Qué alguien le ponga un GPS a LA AUTORIDAD, qué no encuentra el camino, está perdida.

Esta mañana, unos “colegas” han dejado durmiendo la mona a la chica que iba en el coche con ellos. Eran las 9’30 de la mañana, hora de tomarse en algún bar de carretera la última copa de la noche.

Es julio y el coche estaba al sol. El calor asfixiante ha debido sofocar a la “nada bella” durmiente, y, claro, ha intentado salir. Pero, como algo lo impedía, ha entrado en modo pánico. Era una película de cine mudo, llamaba a gritos apretando con desesperación el interruptor del “eleva-lunas” para bajar la ventanilla. Los que andábamos por allí hemos intentado socorrerla, pero el coche estaba cerrado y bloqueado. Uno ha llamado al 112. La autoridad se ha presentado de verde y rápido.

de autos y autoridad

De inmediato han querido saber lo que pasaba. Primero han intentado inútilmente darle instrucciones para que saliera por sí misma del aprieto. Cuando estaban indicándole que se apartara para romper la luna, uno de los picoletos ha querido saber dónde estaba quién la había dejado encerrada. Oímos con claridad:

“Podría ser un caso de malos tratos”.

Entonces, alguien señaló el bar en el que se suponía “desayunaban” los dos amiguetes de la presunta víctima.

Mientras yo seguía esperando a alguien que ya llegaba tarde a nuestra cita, pude ver a dos indeseables salir del bar flanqueados por la Guardia Civil. Venían protestando en línea poco recta. Uno con una botella de cerveza en la mano y diciendo tonterías. El otro, francamente molesto, blasfemaba y se “cagaba en todo”.

El blasfemo, al acercarse al coche, ha accionado el mando y desbloqueado los cierres. Ella ha salido para tirarse, sumisa y preocupada, a los brazos de su amor:

“Cari, no entiendo a qué viene tanto lío”.

Y, él, mirando al guardia civil más veterano:

“Me estaba tomando la última y han aparecido estos tíos a joder la marrana ”.

Luego se han encerrado a discutir en un corrillo del que sólo salía el que llevaba la botella en la mano para mandar a “tomar por culo” a los mirones. Mientras “Cari”, con el índice amenazante, increpaba a la guardia haberse metido donde no les llaman (cierto que ellos no les habían llamado).  Al poco, y tras más que unos dimes y diretes, los agentes se han retirado a su coche a hablar por radio. Entonces alguien ha dicho,

“Claro, como ella no los denuncia, no pueden hacer nada”

Yo me he quedado pensando en qué ha pasado para que aquellos que antes podían hacer TODO sin dar ninguna explicación, hoy, no puedan hacer NADA, inexplicablemente. Porque debieron interpretar que NADA había sido lo ocurrido allí hasta aquel momento. Pero es que tampoco fue NADA lo que ocurrió instantes después, cuando, ante las narices de la mismísima benemérita, se han subido al auto y se han pirado, ebrios, pisando a fondo y derrapando, por donde habían venido.

Y todo ante la mirada impasible de las fuerzas del orden.

La AUTORIDAD hoy no impone a nadie: unos, no se la creen; otros, no la reconocen.

Sabemos bien que vivimos en un estado de derecho, pero callamos que vivimos en un estado de deberes. Tenemos nuestros derechos tan presentes que los hemos convertido en una  especie de escudo protector que blinda a irresponsables de sus actos. Y a los responsables de la ley, en temerosos de violarlos.

AUTORIDAD no es una palabra ni fea ni hermosa, a veces, es sencillamente necesaria. Pero no sé qué ocurre que se ha perdido. No encuentra el camino.

Estoy en mi derecho de decirlo bien claro: por nuestro bien, la AUTORIDAD está pidiendo a gritos un GPS.