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¿ser o no ser?

Ésa, va a resultar que NO es la cuestión.

Recuerdo la pregunta que solía soltarme a bocajarro mi tercera hija cada vez que se tropezaba en casa conmigo.

“¿Eres feliz?”… Si la pregunta me hacía gracia, mucho más el insistente y camandulero interés que mostraba por saberlo. Tal vez para pincharme solía preguntármelo siempre que me veía pelando fruta, cocinando o haciendo la cama. Está claro que le respondía sin vacilar que “sí”, pues sabía que ella no esperaba -ni hubiera admitido- otra respuesta. Pero también es cierto que nunca me detuve a considerar la dimensión de su nada inocente interrogante. Entre otras cosas, porque habría tenido que buscar hechos muy concretos y lo suficientemente relevantes para dar la máxima calificación a mi existencia y ser absolutamente honesto en ese instante. Mucho trabajo mientras se pela fruta.

hombre leyendo en la playa

                                                                    

Ayer vi a un tipo ensimismado leyendo en la playa y fue como encontrarme depronto con la pregunta de mi hija tumbada al sol saludándome.

¿Por qué una pregunta tan aparentemente inofensiva es a la vez tan recurrente en mi vida?

“Qué feliz se ve”. De niño, el tema de La Felicidad se lo plantean otros por ti: los tíos, las vecinas, los pesados que se paran a hablar con tu madre… Quizá sea porque a edades tempranas, eso que llamamos felicidad no existe, seguramente porque tampoco existe su ausencia. En todo caso, ese estado permanente de ilusión y euforia en el que vives de niño, jugando, descubriendo, imaginando, lo interfieren sólo las “contrariedades”; sí, ellas interrumpen ese estado de gracia permanente que preside tu vida cuando te dedicas sólo a gozar y sentir, cuando los pensamientos -endemoniados liantes que crecen contigo- nunca dejan huella porque si algo son, es efímeros.

“Me hace feliz”. Solía decir ebrio de gozo cuando el veneno del enamoramiento corría por mis venas antes de provocarme, casi siempre, una septicemia emocional mortal de necesidad. Mientras duraba el hechizo, estaba seguro de que aquel santo grial que me daba la vida, era mi máxima aspiración. ¿Y para qué buscarla más?, por fin, podía relajarme, había dado con Ella. Pero Ella, fueron ellas y acabé entendiendo que con la misma facilidad que se encuentra, La Felicidad se pierde.

“Lo tienes todo para ser feliz”. Era el comentario generalizado cuando alcancé una teórica madurez: tienes un buen trabajo, una buena casa, una buena posición… Al final, suele resultar que “nada” de esto es para tanto -ni para siempre-, porque acabas descubriendo que “nada» suele traducirse en La Felicidad. Son conceptos del SER, demasiado volcados en lo exterior, en lo subsidiario. No funcionan.

“Busco la felicidad”. Se convirtió en una especie de máxima cuando llegó la crisis que suele marcar el ecuador de la vida. Uno, acostumbrado al yugo de la posesión, descubre que no ha tenido La Felicidad, que nada de lo conquistado hasta ese momento ha determinado ese sentimiento tan TOTAL que es… poseer, y que La Felicidad sigue siendo un anhelo cada vez más urgente e ineludible. No queda tanto tiempo. La conviertes en una aspiración profunda y te pones en busca del tesoro. Algunos acaban haciendo locuras pensando que La Felicidad se encuentra muy oculta y es cuestión de escarbar profundo (“puede que se encuentre en las antípodas de mi vida”).

Sí, ayer vi a un hombre leyendo al atardecer, solo consigo y sumergido en un libro, leyendo el mar de fondo, leyendo los últimos rayos de ese Sol nuestro de cada día, leyendo bajo su piel el reloj de arena que marca millones de años de incansable evolución…  Depronto pensé en mi tercera hija, y para mis adentros le contesté algo así:

Sabes Marina, me he dado cuenta de que me hacías la pregunta equivocada, la cuestión nunca puede ser si “eres feliz”, la cuestión sólo puede ser si “estás feliz”.

Así es, así de fácil, así de sencillo, así de claro.

Gracias a ti, hombre sin nombre, porque tú  me has dejado claro que La Felicidad, de SER, es el aleteo revoltoso de una mariposa posándose en todo lo que hay a nuestro alrededor, y precisamente sólo donde hay alguien dispuesto a sentirla y, por ello, no pensando en “SER”, sino procurando “ESTAR” feliz.

-¿Tú me entiendes, Marinilla?