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analítica sangrante

Una extracción de sangre no deja de ser algo serio. Ver salir con tanta transparencia de tu cuerpo esa savia roja es como ver una señal de peligro; y más aún, es contemplar cómo te arrebatan una cierta cantidad de vida, aunque sea un hilo y aunque la enfermera sonriendo nos diga que “no es nada”.

Sí, entregar una simple muestra de sangre es renunciar esa pequeña dosis de vida que fluía por tus venas. Una vida que he entendido también puede ser analizada fuera de un laboratorio. Una analítica para la que conviene ir en ayunas, porque puedes sentir ganas de vomitar.

tubo analítica sangre

(Fotografía de Tom Grill )

Hoy he entregado unos 100 ml. de mi vida y, nada más hacerlo, una mujer sin piedad ha dejado helado el resto de mis 4 ó 5 litros de sangre.

Esa mujer se encontraba junto a una “niña” de unos 90 años, a la que llamaba MADRE, y frente a una enfermera que pedía el volante que debía conducir a la anciana también a esa pequeña sangría. La vieja estaba aturdida, un bárbaro desconcierto la superaba de esa extraña manera que descoloca a los viejos todo aquello que se sale de su cotidiano y microscópico mundo.

(Es curioso, la vejez sólo implica reducciones… empezando por el espacio. Por eso, lejos del cuarto de estar, dejan de ser y se sienten perdidos. Claro que… ¿para qué más espacio si ya han renunciado al movimiento y deben ir preparándose para los pocos centímetros que serán necesarios cuando sólo sean inertes cenizas?).

Ligero, aligerado y obediente, salía presionando el algodón que tapaba el pinchazo cuando me he topado con esta escena:

Una hija maltrataba a la mujer de la que era “sangre”, en voz baja pero de forma evidente, sin la más mínima comprensión, hasta diría que sin piedad. De su boca salían todo tipo de recriminaciones, espoleada por la evidente torpeza de una vieja que había olvidado traer papeles y más papeles absurdos.

-¡Mamá, hija, ¿cómo no lo has traído, por Dios?… ¡otra mañana perdida por tu culpa!… ¡Qué hartura!

Mientras, la anciana, callada, la miraba con ojos de niña chica, de alma extraviada, de animalito entregado a la desaprensión de un amo cruel. La hija cada vez elevaba más el tono, tratando de implicar, buscando absurdas alianzas con los presentes para sostener una batalla desigual e injusta. ¿Esa mala hija no se veía, no se oía?, ¿no comprendía que estaba traspasando los límites de lo imperdonable?… Y ¿por qué ninguno hemos intervenido para contenerla?

Hoy, la vida residual de los que lentamente se  “extinguen” trae sin cuidado a los que supuestamente más debieran velar por Ella en ellos. Vaya ingrata forma de tratar a quienes nos concedieron la gracia de darnos unos ojos que abrir al salir de la más absoluta oscuridad, ojos que nos permitieron saber que “lo otro” es la luz y que la vida está teñida del color de unas sensaciones entre las que, al final, nunca se encuentra EL AMOR.

El amor lo bombea el corazón y hace que fluya por nuestras venas la sangre, la vida. Los valores de un extraño y contagioso mal que nos ataca están cogiendo un tono alarmantemente rojo.

Un análisis de sangre puede convertirse en un análisis de vida, y aunque la analítica sea normal, la vida puede estar enferma de muerte.

Siento que estoy cansado. ¡A ver si voy a tener anemia!