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Coger un autobús puede llevarte mucho más allá de la última parada.

He llegado a una, dispuesto a subirme al 5A, que para en el centro.

He buscado la hora de llegada del próximo y, decidido a esperar los 10 minutos que me quedaban. Me he girado con las manos cogidas a la espalda –¿será que ya ando viejo?-. 

Nada más volverme he visto frente a mí un grafiti. Eran dos palabras y un texto triplemente lapidario: por estar escrito en negro, por leerse sobre granito y por ser el grito agónico de un desesperado. Ponía:  te necesito»

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Por mi cabeza han pasado muchas cosas. Hasta que ha llegado un tipo extraño. Su barba descuidada me ha llamado especialmente la atención, impidiendo apreciar que en realidad así, descuidado, era todo su aspecto. Tenía unos ojos siniestros, rematadamente negros y, aunque perdida, una mirada por desafiante nada extraviada; inspiraba cierta ternura al incorporarla a la coreografía de sus innumerables movimientos –por ejemplo: cuando se sentó, balanceaba las piernas como un niño-. Ah, y sin parar, fumaba un purito que despreocupadamente llevaba entre los dedos “corazón” y “anular”. Curiosa elección.

De repente ha empezado a comunicarse conmigo (no había otra alternativa). Me miraba como buscando algo que no era yo mismo y mientras murmuraba frases inconexas que costaba oír:

«No hay mucho trabajo».

«La asistente social se vuelca».

«Cómo cambia el tiempo».

«Cobro ochocientos euros, me llega para el alquiler».

Cada vez que daba una calada al cigarro cambiaba la frase. Recuerdo que me dije “está colgado, qué fumará que se le esfuma el entendimiento”. Sin más, concluí que debía padecer algún tipo de trastorno.

Intenté disimuladamente escapar sin dejar de mirarle de reojo. Hasta que esta frase me saltó a la mente:

«Tengo que pagarle a Miguel las flores».

Y nada más pensarlo recordé:

«Mira que lleva tiempo Hannah sin llamar».

Y una cosa me llevó a otra, y después a otra, y a otra…

«¿Habrá fanecas en las playas de Cantabria?»

«Hoy es jueves, Pruden ya habrá llegado».

«Me parece que no llevo suficiente suelto».

Al subir a la plataforma del bus pensé en lo que había pasado en pocos minutos. Y no me hizo gracia. Vi claramente que entre él y yo no había tanta diferencia, porque también yo sufría algún tipo de trastorno. Un trastorno que me llevaba a ir por la vida sumido en mis pensamientos. Esfumándome sin fumar. Consumido por el silencio.

Su trastorno podría llamarse “inconexión”. El mío “desconexión”.

No sé quién eres, pero yo también “te necesito”.