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morder chocolate

Hoy he oído esta expresión: es “como morder chocolate”. Me ha hecho gracia.

Creo que, quien la ha usado, quería decir de algo que es apetecible -no recuerdo qué era-.

Me ha llamado la atención que el chocolate le haya sugerido esa propuesta tan impensable para hacer una comparación;

en lugar de pensar en “como comer chocolate”… o “como beber chocolate”… o “como lamer chocolate”… o “como fundir chocolate”… 

onzas de chocolate

Las cosas, a su manera, tienen su personalidad, y ocurre como con las personas, a cada cual le llama la atención uno u otro rasgo concreto de ellas. Dependiendo de aquello en lo que te fijas te defines, y como que, casi sin querer -y he dicho casi-, tú mismo te delatas un poquito mostrando tus debilidades.

No han sido el sabor, ni el color, ni la textura, ni el sabor lo que ha llamado la atención a esa persona tan especial a mis ojos, es el sonido que hace una onza de chocolate entre los dientes cuando le damos un bocado: “¡crack!”… Esa incisiva, seca y destructiva fractura que se produce al morderla y que podría hacerte pensar que no eres tú el que muerde el duro chocolate, si no el chocolate el que ha hecho añicos tu dentaDURA.

El sonido de una rotura, de un destrozo, de una separación, del desgarro… En eso se fija ella cuando habla de ese oscuro deseo llamado chocolate: «como morder chocolate» ¡Qué forma tan dulce, sutil y bonita de insinuar fragilidad, daño, de pedir ayuda refiriéndose a lo apetecible!

Ella sí que es una crack. Entre otras cosas porque ha conseguido que yo sienta otro mordisco, ése que te rompe el corazón.

(Debiera haberme mordido la lengua porque, si se entera que lo hago público, podría acabar mordiendo el polvo).

Para acabar menos triste, se me viene a la cabeza otra comparación más divertida.

Pasó al salir de una carretera y tomar un caminito de tierra -un día, yendo en bici-.

A un amigo, que es único por esta y otras salidas que tiene, de los caminos del campo no le llaman la atención ni el polvo que se levanta al pasar, ni el verdor del paisaje al mirar, ni el olor a romero o lavanda al rozar…  A él lo que le dice algo de un caminito de arena y grava es ese crispante sonido de la tierra cuando cruje bajo las ruedas de la bici. Por eso, desde aquella vez,  siempre me dice:

“Tira por ahí, vamos a freír papas”.

«¡Freír papas!»… No pasó hambre de chico mi amigo.