Seleccionar página

peonza de población

Ene 29, 2022

Hay que ver las vueltas que da la vida. También la muerte. Y en su venga a girar, hay que ver los disparatados bandazos que me da. 

Lo sé porque he cumplido unos años y, como buen escalador, ya empiezo a tener otro punto de vista. Sin duda, por estar más próximo a la cima de… mi pirámide de población.

(Demograficamente hablando, va a resultar que soy un trepa).

Aquí me encuentro -y desencuentro-, en la zona alta de… más que una figura, una figuración; en cuya nutrida base, milité hace 65 años. Los mismos que han acabado por poner mi pirámide patas arriba. 

Recuerdo cuando, en la carrera, las estudiábamos… Era divertido interpretarlas y detenernos en el porqué de la diferente longitud de esas barritas horizontales que, por edades, las definen. Básicamente había dos modelos contrapuestos de pirámide: las de “poblaciones sub/o poco desarrolladas”, con muchísimos nacimientos y poquitos ancianos -todos los sobris de Matusalem-; y las de “poblaciones desarrolladas”, con muchos menos nacimientos y bastante gente vistiendo canas. Luego, había otras pirámides más rarunas, dibujadas por el afilado y caprichoso lapicero del destino, ése que origina guerras, hambrunas, epidemias, políticas de natalidad, etc… 

peonza girando

Hoy, sin querer y mentalmente, me he puesto depronto a dibujar la pirámide de población por la que -“gracias a la vida”- continúo ascendiendo, y, la verdad, no he entendido por qué demonios debo seguir llamándola “pirámide”. Antes que pirámide, me veo en lo alto de un “embudo» o… de una “peonza”… ¡Sí, eso es mucho más acertado: de una peonza!… Representa como nada el giro y, sobre todo, el vuelco que la vida ha dado, en sólo 50 años, a la que fue la faraónica pirámide en que nací… Esa que ahora es mi caprichosa y errática peonza.

Ha sido como si depronto todo cobrara sentido y, al fin, entendiera por qué yo mismo no dejo de dar vueltas a todo; vueltas mentales y espaciales, vueltas que me hacen ir de arriba a abajo en el mapa, a pasar del silencio del campo al ruido de la ciudad, a viajar del verde atlántico a los amarillos secarrales del sur, de haber renunciado a una casa de 300 m2 para adquirir pequeña vivienda con ruedas, de volver a plantearme una vez más la vida, buscando una ubicación azarosa, para compartirla, tal vez, con espejismos en un tiempo que no parece nada real porque transcurre en diferido. Vueltas que me hacen comprender, a estas alturas, por qué no me resigno a dejar de crecer, a dejar de considerar que es una obligación trascender mientras se respira. 

¿Será que soy víctima de MI PEONZA de población?, ¿que es ella la que me empuja a seguir, aunque sea a trompicones? Por un lado me lleva a no detenerme, por otro, a sentir el vértigo que entraña traicionar una secreta misión, indefinida, pero que debiera ser obligada, generosa y natural. 

sillas de anciano con motor

Los ancianos siempre fueron calco de sus mayores; muchos, al sentir el fresquito de la cima, se ocultaban en la quietud, en el silencio de las casas y su pérdida de hegemonía; a lo sumo, los veíamos, en compañía de la prensa, sentados en los bancos más apartados de parques repletos de niños, o en rígidas sillas de formica en los hogares del anciano, jugando partidas interminables de dominó; porque las mujeres, con sus lutos perpetuos, estaban a la sombra, siempre enganchadas al hilo y la aguja, acostumbradas al amor de caldos y braseritos encendidos a perpetuidad. 

Desde que comenzó a metamorfosear la pirámide en peonza, los ancianos se han convertido en un nutrido “estamento”, en una especie de clase pasiva de autónomos hiperactivados. Tienen muy presente la oportunidad que representa contar con la mayor longevidad de todos los tiempos, son conscientes de la obligada emancipación que exige el nuevo concepto de “la familia evanescente”, y necesitan llenar de ocupación ese más que considerable “resto de vida” que les queda; mientras no fallen ni las fuerzas ni las facultades -pero para eso está la medicina, que tanto se ocupa de ello y de ellos-. 

La vejez ya no está hecha para plantearse  descansar en paz; ahora los viejos no paran, se pasean a sus anchas, desplazándose ya sin ayuda de nadie. Han encontrado la manera de hacerlo: los más conservadores tiran de andador, los más valientes circulan a toda leche en sillas de rueda motorizadas, los más pudientes y osados viajan en autocaravanas eligiendo destinos soleados. Son un inquieto y visible ejército siempre de maniobras. Imparable por su constante demanda de ocio, servicios y prestaciones, temible por su capacidad de inclinar la balanza hasta en política, indeseable por el exagerado coste que representa para los que aún pelean por llegar un escalón más arriba. 

De momento, la peonza sigue girando y los viejos se vienen arriba. Podría parecer que ya nada volverá a ser como antes. Incluso, que todo podría ser aún mucho mejor para ellos. Pero las apariencias suelen engañar, sabemos que la misma fuerza que impele a la peonza a dar vueltas, terminará por detenerla. Por eso, siempre cabe la posibilidad de que, algún día, volvamos a las faraónicas pirámides de nuestros abuelos, porque el movimiento del trompo nunca es perpetuo, porque sólo puede acabar siendo insostenible, porque siempre tendemos a volver a empezar.

¿Y si, por lo que sea, no volviéramos al tiempo de las pirámides?, Pues nada, tranquilos, volveremos a los del Piramidón (un viejo analgésico que los alemanes retiraron de la circulación por ser cancerígeno).