Seleccionar página

día de pies

Hoy por fin hace sol.

Ese sol que proclama: «¡levántate, anda, qué ha llegado la primavera!».

A gritos pide salir de la guarida y sentarse en la terraza a contemplar su luz con los ojos cerrados. ¿Qué tendrá este sol que al sentirlo reverberar tras los párpados te adormece y embelesa hasta hipnotizarte?

Lo he hecho. Y cuando ya estaba atiborrado de vitamina D, he decidido ir un paso más allá. Me he levantado, me he sacado los calcetines, y he caminado descalzo por la terraza que hasta hoy sólo significaba frío y humedad .

Qué sensación tan nueva. ¡Ha sido cómo estrenar un par de pies!

terraza soleada

Sin saber por qué, me he parado y he estado observándolos detenidamente. Me han llamado poderosamente la atención sus dedos -¡mis dedos!-. Son largos y escalonados. Los dos gordos están perfectamente alineados y destacan sobre los demás, lo que nunca podrían llegar a hacer los de las manos. Son fuertes y se veían pálidos, pero también sanos. Ha sido como si nunca antes los hubiese visto, o mejor dicho, como si, por fin hoy, fueran algo de mi incumbencia, y más aún, una parte de mí.

Pobres dedos y pobres pies. Será que como están tan lejos y hacen su trabajo tan callada y ocultamente, nunca ando pendiente de ellos. Verdaderamente es injusto.

Debe ser por eso que pronto este mismo Sol será de justicia. De momento, hoy me ha transportado al más allá de mis pies. Y he tenido una visión retrospectiva de mis “manos de abajo”, ha sido como si se sintetizasen millones de años en un pálpito, como si cayese sobre mi conciencia de bípedo evolucionado la gota que resultase de destilar cientos de miles de años de involución.

Con la misma lógica aplastante de aquel niño que preguntaba a su madre al salir del cole: “mamá, ¿cuándo éramos monos también usábamos gafas?”, yo me he preguntado que si hoy, que uso gafas, no seguiré también siendo mono. Y he respondido haciendo unas extrañas muecas con mis labios y dando unos llamativos  chillidos.

Luego he tratado de agarrar con mis “manos de abajo” un calcetín que  “andaba” por el suelo -¡el calcetín andaba, qué cachondo!-. Al hacerlo, he sentido la destreza que debieron tener mis antepasados “menos erectos” con sus miembros inferiores. De un salto he trepado al poyete del balcón, y de ahí al punto más alto de la azotea. Ha sido fácil. Allí he tenido una sensación de superioridad y seguridad absolutas.

Mis pies estaban felices, y como no podían saltar de rama en rama, se han conformado con saltar de alegría. Ha sido como si estuviesen recién liberados de la cadena perpetua que son los zapatos. Ha sido un viaje fugaz a un pasado bien remoto, infringiendo una norma severa no escrita: he traicionado a Darwin y he vuelto a La Naturaleza, una naturaleza que nunca tuve la opción de no abandonar.

Con los pies desnudos uno se vuelve más mono. Seguramente ése animal que, en el fondo, todos vamos a terminar añorANDO.

Es bestial quedarte frito al sol cuando por fin lllega la primavera.