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Al discurrir por la línea del tiempo acabé por entender que algunos caminos sólo pueden ser de ida. Al detenerme para refrescarme en una rivera, caí en la cuenta de que todo cauce ofrece dos orillas. Al contemplar el horizonte comprendí que cualquier cerca divide en dos el campo.

Creí que ya no habría lugar a más lecciones magistrales en mi vida; pero estaba equivocado. Ahora que ha llegado esta súbita reclusión, he aprendido algo más, por ejemplo: que una reja implica, de uno y otro lado, dos penas igual de tristes, aunque una sea siempre más injusta y aborrecible que la otra.

mano de macaco enjaulado

(Fotografía de Magda Ehlers)

Aquí, confinado en el salón de casa, he imaginado un pez de colores girando sine díe en el vítreo microcosmos que sería la pecera que podría poner por ejemplo… ¡ah, ya!, sobre un pequeño mueble de madera de iroko que tengo muerto de risa. (Así tendría dos especies ligadas por un doble destino frutos de mi caprichosa fantasía: un pez y una madera tropicales). 

Así he pasado divagando y discurriendo un buen rato.

Mi guppy (un pequeño pez millonario) y yo. El observado y el observador. Una víctima del mayor de los antojos, y otra del más casual de los azares. 

Esta tontería, rebotando sobre la superficie de la lógica, me ha llevado aún más lejos.

El Sars Covid-19 ha hecho que me plantee lo que sienten otros seres que, como yo, son vivos, y que como yo, dejan de ser libres. Y he comprendido cuál es nuestra debilidad frente a ellos. La naturaleza habita en ellos; a diferencia de nosotros, son libres básicamente por el mero hecho ser animales. Nuestra “animalidad” ya se encuentra muy lejos de serlo. Por eso, en ellos, el instinto de supervivencia, está mucho más arraigado y es mucho más fuerte que en nosotros: ¿por qué un guppy no se hunde y yace, derrotado por la monotonía, entre las piedrecitas del fondo de su pecera?… ¿por qué nunca cesa de piar con poderío y belleza un canario enjaulado?… ¿cómo puede permanecer impasible un lagarto durante años en su yermo terrario?… ¿qué oportunidad concibe un tigre mientras, se diría que pensativo, deambula sin descanso preso en su jaula?… ¿Y por qué tras cuatro semanas de encierro, yo siento que la vida así es una mierda que no tiene sentido?

Por muy pegadizo que sea el estribillo de moda, yo no “resistiré” tanto como ellos.

Los humanos estamos acostumbrados a contemplar la reclusión desde la libertad; pero ha llegado la hora de hacerlo desde el confinamiento. Quizá para que valoremos como prerrogativa lo que antes parecía un derecho inalienable, quizá para que apreciemos como un tesoro lo que relegábamos al plano de lo insignificante, quizá para que nos hermanemos con esos seres que condenamos por antojo a la reclusión y tengamos suficiente tiempo de pedirles perdón. 

Un preso tiene muchas horas para pensar, para abrir los ojos y superar una absurda ceguera. Toda jaula siempre tuvo dos lados y albergó dos condenas execrables: la del encerrado y la del que encierra. La del que pierde la libertad y la del que la arrebata.

Qué acto de arrogancia tan grande es arrancar a un ser de su realidad para encerrarlo en otra cuyos márgenes de existencia se reducen a ESTAR, prescindiendo de la libertad que implica el SER.

¡Qué Dios nos perdone por poner caprichosamente límites a la vida ajena!

Entérate, toda jaula siempre implica dos lados, a dos condenados.