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¿qué soplas viento?

Sería estremecedor descubrir que el viento se va de la lengua, que sopla más de lo que sopla. Y que más allá de ser aire en movimiento, lleva siempre en volandas algún mensaje para nosotros.

Sería inquietante descubrir que es impulsado por una pequeña o tal vez gran dosis de voluntad, y que ésta obedece a algo desconocido.

¿Lo sería?

Esta hermosa paranoia podría llevar a entender a los antiguos e incluso a concebir un dios.

Porque…

¿Qué soplas tú, viento, cuando aúllas en la sierra, helando el corazón con ese silbido pavoroso que parece delatar una fuerza sin piedad, sin sentimientos, sin ningún atisbo de alma? ¿nos hablas de la muerte?

¿Qué diáfano mensaje de amor transmites, cuando nos susurras suave y cálidamente al oído, allí donde llegan las olas de lugares lejanos, agotadas de viajar sin escalas?

¿Qué, cuando bramando das un portazo seco, baladrando en nuestro hogar ese susto que paraliza, ofendido tal vez por el descuido que implica permitir que algo de nuestras vidas se esté fugando?

¿Y qué, cuando nos chiflas en la carretera al bajar la ventanilla del coche, mesándonos airado el pelo con tus dedos de pianista virtuoso, obligándonos a cerrar los ojos tal vez para que entendamos todo lo que aún está por venir?

¿Qué insinúas, cuando agitas el gigantesco móvil de una espesura, inundando las copas de los árboles y sacudiendo millones de hojas como si fueran láminas de latón; estarás soplándonos alguno de los caprichosos vaivenes que nos depara el destino?

¿Y cuándo desciendes ululando con tu voz ronca por la garganta de una chimenea (o la de de un simple extractor de cocina); estarás advirtiendo y chivando que algún mal augurio nos invade?

¿De qué hablan las andanadas que envían las aspas de un ventilador de techo cuando tumbados en la cama empezamos a quedarnos fritos; acaso cantas nanas a la piel para que nunca se ponga nuestro vello de punta?

¿Y cuando nos llegas en forma de suspiros, estarás dándonos a entender que el alma sufre y se queja?… ¿Y si es en forma de jadeos, será que nuestro sexo necesita hincharse de tus razones para que tenga sentido un orgasmo?… ¿Y si provienes de la detonación de una arma, nos estarás alertando de que podría herirnos de muerte alguna ráfaga de odio?…

Ayer oí al viento hablar en una glorieta que lleva su nombre. Como campaba a sus anchas, incesantemente hacía sonar, metálica e improvisada, una alarma en el barrio. Era casi mediodía. Esa hora en la que solían hablar las campanas que antes agitaba el hombre cuando llegaban el día y la hora de hablar con Dios. No sonó ninguna, tal vez por eso me pareció oír una voz decir: sopla viento, sopla.

Hoy entiendo que era ese dios de mi paranoia, exigiendo que pidamos perdón mirando a las alturas, allí donde no habla el viento porque todo está en paz, donde sólo reina el silencio.