la lengua de la política
No soy politólogo. Tampoco políglota, pero soy capaz de entender el lenguaje de las formas, el lenguaje de los gestos, el lenguaje de la falsa vehemencia, el lenguaje de la estudiada crispación, el lenguaje del oportunismo, y el de la flagrante incompetencia, y el de la vacua retórica… Es decir, que entiendo la lengua de los políticos.
Y si tengo cierta facilidad es porque, con frecuencia, asisto a esa magna aula que es el parlamento, donde imparten clase grandes y pequeños maestros no sé si de las lenguas más vivas, o de los más vivos con la lengua.
Me gustaría preguntar a Platón, o Aristóteles, qué opinión les merecen unas “señorías” que se autoproclaman únicos proveedores posibles del bien común al que aspiramos; únicos miembros colegiados capaces de arbitrar las reglas de juego a las que debe someterse una sociedad entera; y únicos profesionales del mundo… laboral cualificados para ejercer sin la más mínima experiencia y competencia los puestos de máxima responsabilidad.
No va a poder ser, pero me reservo el derecho de imaginar lo que podríais pensar vosotros, padres de La República, vosotros que proponíais delegar únicamente en los más sabios para la noble tarea de constituir la ciudad-estado ideal, vosotros que entendíais que sólo el lenguaje de la filosofía y la ética debieran inspirar cualquier decisión de gobierno.
Entre las manifestaciones de éxito de un futbolista al ganar la liga, y las de un político al ganar las elecciones, aparentemente no hay diferencia. Salvo una, que es determinante: los resultados. Los primeros con un 1-0 pueden darse por satisfechos porque han conseguido su objetivo: una copa. Los segundos, en el mejor de los casos, con un 51% de los votos, no tendrían nada que celebrar aún, puesto que su verdadero triunfo sólo podría llegar al cabo de 4 años, en el momento de hacer un balance que, sólo de ser positivo, sería admisible/plausible/celebrable.
Pero a un político ya le basta con ver su nombre en una lista, en una valla publicitaría, en la portada de un diario, o en una pantalla de una televisión. El resto, o sea, el contenido de sus programas, sólo sirve para amenizar las clases y hacer prácticas de lengua a lo largo de la legislatura. Durante ese tiempo habrá que parlamentar sobre la permanente incompatibilidad que surge entre la dura realidad y sus seductoras pero imposibles promesas; habrá que debatir sobre la inviabilidad existente entre sus ofrecimientos y el beneplácito de los interventores del dinero; y lo más entretenido, habrá que polemizar con unos contrarios -por principio contrariados-, deseosos de un puesto de caza para lucirse como francotiradores de la descalificación.
Los políticos son expertos en crear ilusiones. Pero mejor que eso, son expertos en crear desilusiones sin que apenas se note. O sea, dando grasa al bulto para que escurra bien. Y para ello cuentan con el instrumento más versátil y eficaz: LA LENGUA DE LA POLITICA.
La palabra precisa, la sintaxis que mejor suena, o que menos dice, el argumento perfecto para contrarrestar, el discurso que más o menos inflama, las razones no sé si más convincentes o convenientes… Da igual, todo está cuidadosamente estudiado. Sólo la petulancia o la torpeza generan tachaduras en un guión escrito por expertos bien pagados. Casi todos hijos del marketing, grandes conocedores de sus “tools” y los “insight” de los ciudadanos que son “target”.
La Lengua de la Política no tiene una función muy distinta al maquillaje que emplean los estilistas embelleciendo sus rostros, en ocasiones pétreos, antes de cada una de sus públicas apariciones.
Los analistas hablan de un lenguaje de laboratorio. La recurrente “transparencia” en tiempos de “pucherazos”, la conciliadora palabra “diálogo” durante la cansina coyuntura de “el independentisme”, la interesada “geometría variable” para facilitarse las cosas cuando no hay concentración de poder, las infranqueables “líneas rojas” ante un exceso de argumentos en boca de la oposición, los engorrosos “cordones sanitarios” ante el acoso y derribo, la garantista expresión “comité de expertos científicos” durante el trance de “el Covid19”, la ininteligible e improvisada “nueva normalidad” para ofrecer tranquilidad… etc., etc., etc. Todo un arsenal de recursos semánticos que por repetitivos aturden, que por pegadizos se quedan, que por oportunos socorren.
Políticos de aquí y allá, señorías de antes y ahora, ustedes crean y manejan el idioma de la vaguedad, de la confusión, de la confrontación, del interés particular. “No es no”. Ni sirven, ni nos sirven. “Váyanse” y den paso al lenguaje de la claridad, de los compromisos, de la coherencia, de la concordia, del sentido común y de la eficacia, o sea: el lenguaje de lo “correctamente político”.
Señores, señoras, yo voto por cortar la lengua de la política.