autodefinidos
Vengo de la playa. De una playa que baña un mar sin otra vida que la de miles de turistas que se hacinan sin tregua en ella para chapotear en su… ori-ni-lla. La brisa propaga por sus arenas, como bruma densa, un notable hedor que nace del mestizaje del salitre, la crema solar, la urea humana y los espetos de sardina de los “chiringuitos”.
Esto es lo que queda de una esas pretéritas playas en las que debieron desembarcar con sus naves y metálico esplendor los protagonistas de la antigüedad más clásica. Aquellos que pensando en los confines del mundo, fueron a asentarse mucho más allá de la primera línea de playa. Ellos fueron los encargados de expandir una cultura con el nombre de este mar que hoy, tristemente, va a la deriva.
Pronto tendremos no otro mar muerto, si no uno asesinado.
Hace ya demasiado que la virginidad de esta playa se esfumó, desde que la mancillara aquel primer pié que debió hundirse en ella.
Hoy, los fumadores y no fumadores, la han convertido en un gigantesco cenicero atestado de colillas e inmundicia. Y su belleza salvaje ha sido desvirtuada por otro tipo de salvajismo ramplón y sin ningún valor estético.
Estaba tratando de encontrar alguna motivación para seguir allí (distinta de la cortesía que se merecían unos amigos), cuando me he fijado en una mujer que ha apagado su cigarrillo hundiendo la colilla en una arena cada vez más gris. La mujer estaba recién bañada y mientras fumaba estaba pasando el tiempo con una revista de “autodefinidos”. Cuando no daba con la respuesta –que era siempre-, buscaba la ayuda de su compañero, preguntando en voz alta a un italiano de aspecto culto que hablaba Español a la perfección.
A pesar de la modorra estaba despierto; y más cuando me puse a buscar, sin permiso de ella, las respuestas a sus preguntas. La solución a la pregunta: “¿Foráneo de vacaciones?”, respondimos sin dudar: “turista”. A la pregunta: “¿Membrana pulmonar?”, respondimos lo correcto: “pleura”. Después, se atascó cuando leyó: “¿Enfermedad del tejido celular?”. El italiano me quitó la respuesta de la lengua: “cáncer”. La siguiente pregunta fue: “¿Horno de incineración?”: La respuesta que dimos sólo podía ser la obvia: “crematorio”. La última pregunta que puede oír fue: “Stéfano, ¿qué es lo que “infunde miedo”?”.
Mientras ella y su italiano pensaban, surgió otra pregunta que no estaba escrita:
-¿Me pasas una «sigaretta», amore?.
Lo prendió e inspiró una honda calada de brea perfumada de salitre. Lo último que oí fue a Stefano responder: “Muerte. Infunde miedo: muerte,”. Y a ella celebrar haber encontrado la respuesta correcta hundiendo una vez más la colilla de su cigarrillo en las grises cenizas de aquella playa invadida de metástasis.