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pastillas de jabón

El amor no es más que una pastilla de jabón.

Cuando lo desprecintas… ¡es tan perfecto!… Su terso aspecto, su tacto suave, tan perfumado su olor, en definitiva tan… gozoso. Estás deseando atraparlo y manosearlo con un apetito casi carnal en las húmedas aguas del grifo.

Pero con el tiempo –¡maldito velocirráptor que todo lo devora!- perderá su pureza, esa lustrosa apariencia que acabará por disiparse  menguando su tamaño, su aspecto y la intensidad de la que fue su seductora fragancia.

corazón de jabón (pastilla)

(Fotografía de Vanesa Hermida)

¡Ay, cada vez que caes en mis manos recién estrenado!… Tan pomposamente espumoso, tan empapado y lubricante, regalándome esa curiosa sensación de regeneración y pureza, con ese etéreo aroma que se pierde sólo para recordarme que he gozado durante unos escurridizos segundos de algo especial.

Pero todo se corrompe y desgasta con el maldito tiempo. Y tú, pastilla, al final te vuelves más viscosa que jabonosa, más quebradiza que consistente, y acabas hecha añicos desintegrada entre las manos.

Entonces se apodera de ti el deseo de estrenar otro jabón, otro olor, otro tacto, y sentir otro principio. Arrastrado por esa persuasiva máxima que dice: “porque yo lo valgo”.

El amor no es más que una pastilla de jabón -tampoco es menos-. Mi corazón se ha enjabonado con distintos… ¿tipos?. Algunos resultaron demasiado irritantes, diría que hasta abrasivos, y acabaron por dejarme las manos en carne viva. Otros perdieron su perfume muy pronto y no dejaron en mí su huella. Otros olían bien pero no acabaron de dejar la sensación de pureza esperada. Otros eran pegajosos, y otros escurridizos y ni apretándolos con las manos, como si fueran un polvorón, lograbas atraparlos -éstos no sé si eran inaprensibles o desaprensivos-. Otros, sencillamente se gastaron. Todos han enjabonado los latidos más sentidos de mi corazón. Todos se consumieron, poco a poco, aguándose con el tiempo.

El amor es como una pastilla de jabón que, en cuanto te descuidas, puede acabar convertida en otras pastillas, unas pastillitas que hay que tomar una o dos veces al día y siempre antes de acostarse.

¡Qué pena de amores jabonosos, qué pena ver como desaparecen por el sumidero de los días! Pero uno no arregla nada lamentándose. Al final… no queda otra que lavarse las manos.

Estoy buscando uno de aloe vera; a ver qué tal, a ver si se regenera esta piel mía tan sensible y la curte un poco. No vaya a ser que a mi edad acabe con una dermatitis… utópica.