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el sordo de La Canasta

Dic 18, 2021

 Málaga. La Canasta. 

Hoy, mi hija María, – yo también, claro – ha cumplido silenciosamente 40 años. He pedido un café para celebrarlo. En el Spotify de mi móvil ha sonado un piano. Depronto me he dado cuenta de la inmensa fortuna que es poder oír. 

“Appassionata” es la sonata número 23 para piano de “El sordo de Bonn”. Aunque parece ser que el nombre no lo eligió él, sino que se lo impuso su editor; ofendido en lo más hondo, Beethoven les recrimó que toda su música había sido concebida para ser interpretada de forma “appassionata”, que aquel título no hacía ninguna justicia a su obra.

Ludwig Van Beethoven

(Estoy de acuerdo, tu música, Ludwig, desprende pasión por los cuatro costados. Fuiste increíblemente dotado por el destino para expresar emociones a través de la música, y, paradójicamente, facilitarnos con ella a los demás el camino a La Bondad.  

El Fa Menor de la número 23, tiene demasiados bemoles para haber nacido, sin más, de la oscura imaginación de un discapacitado para oír. 

Dicen que tan cruel fue tu sordera que, para sentir la música, empleabas una tablilla de madera; por un lado, la apoyabas en el piano, por otro la mordías para sentir vibrar los acordes de tu genialidad. Titánico esfuerzo el tuyo). 

teclado de piano otoñal

Mientras tomaba café, he leído que, hundido por la pérdida del oído, llegó a escribir a un amigo “maldigo a mi creador y a mi existencia, nadie puede darse cuenta qué triste vida tengo, viendo que he sido retirado de todo lo que quiero y es precioso para mí… yo mismo debo retirarme de todo”. ¡Dios, cómo se ceba la crueldad con quien no debe! 

La sombra del suicidio le sobrevoló constantemente, como un buitre que planea paciente; desde los 27 años fue consciente del lento y progresivo aislamiento que le esperaba. En varias cartas habló claramente de la idea del suicidio. Un final que sólo evitaron un profundo sentido moral, un INFINITO amor a la música y el respeto que sentía por el inmenso don que le había dado su Creador. 

¡Qué triste que la vida le impidiera oír la interminable ovación que provocó el estreno de su sublime novena sinfonía!… ¡Qué triste para el creador de los sonidos más bellos tener que conformarse sólo con ver aplausos!  

Es fácil entender cada arruga dibujada por tan sórdida desgracia en su macrocefálica frente, la severidad de la pétrea mirada con la que fue esculpido y retratado. Por fuerza tuvo que ser un tipo arisco, huraño y misántropo. Lo siento por ti, Ludwig.

Hoy sonaba una de sus tres mejores sonatas sólo para mí, mientras me tomaba un café y leía. Tenía puestos los pequeños cascos que me regaló mi hijo cuando lo visité este otoño en Bélgica. Qué fácil estar ausente del frenético ir y venir de clientes y camareros, qué fácil comprender así lo que significa estar aislado, pero qué gran diferencia la fortuna mía de poder oír al sordo más fecundo de todos los tiempos. 

¿Por qué este músico me paraliza y, a la vez, me transporta y eleva hasta una suerte de estratosférica bóveda donde todo se ve lejano y muy pequeño?… ¿Por qué me hace llorar y sentir compasión de mí mismo, despertando la piedad que me inspira mi tremenda vulnerabilidad?… ¿Cómo se puede crear con una vehemencia y un ímpetu tan contenidos, cómo es posible tratar un instrumento con esa descomunal delicadeza y fogosidad?… ¿Cómo alguien puede llegar a tocar con la yema de sus invisibles dedos las teclas más ocultas de mi alma?… Y, sobre todo, ¿por qué se empeña en fijarse en mí para expresar su amor a la humanidad y a la vida?

Óyeme bien, Sordo: ¡Siento que eres sublime! 

Óyeme bien, musa de Sony: ¡Muchas felicidades por esos 40 años! 

¡Qué tu vida esté llena de luz, de color y de muchos sonidos bonitos!

Un beso de “El sordo de La Canasta”.