infeliz Navidad
¡Bien,llegó La Navidad!… ¡tiempo de amor, de reencuentros, de compartir, de volver a ser, por fin, felices!… ¡Pronto, otro año más!… ¡con su “vida nueva”, con sus firmes propósitos, con sus nuevas metas!
¡Ayyyy, infelices!… ¿hay tanto que celebrar?
Qué seguros de poseer lo que NO tenemos, qué persuadidos de ser lo que decimos, qué convencidos de que es verdad lo aprendido, qué hechos a encontrar en lo acostumbrado nuestra razón de ser.
Pero, nada es nunca lo que nos parece. Somos un buen cúmulo de enfoques erróneos, de cuestionables inercias, de tozudas perseverancias… Todos participamos en este fraude colectivo que es… “una feliz Navidad”.
Cuestionar tradiciones, costumbres, hábitos o rutinas es casi un sacrilegio, es como provocar algún desajuste en la vida y profanar esa máxima tan concluyente de… “¡es lo normal, siempre ha sido así!”.
Año tras año, guardamos en nuestras agendas mentales estas fechas tan señaladas y de obligado cumplimiento. Pero, poco a poco, va dejando de tener sentido el culto que les rendimos. Si no todas, ésta que acaba de empezar, desde luego, ya no es lo que era. Algo le arrebata su auténtico sentido. Seguramente un extraño cóctel de ingredientes desmesurados.
No, va a ser que La Navidad tampoco escapa a esta deriva, al sinsentido..
Creo que hoy son muchos los que ni siquiera conocen el significado de una fiesta que es imposible haya existido siempre, pero que ya tiene sus años. Comenzó tres o cuatro siglos después de nacer Jesús. No está claro qué día fue alumbrado el que marcó un “antes” y un “después” en el tiempo. Algunos dicen que nació un día de septiembre, otros que fue en diciembre, coincidiendo con el solsticio de invierno.
La Biblia cuenta que la noche del nacimiento del Hijo de Dios, los pastores cuidaban sus rebaños al aire libre; difícilmente pudo haber nacido en diciembre. Pero da igual, qué más da si fue en otoño o en invierno. “Navidad” significa “natividad”, y “natividad”, el “nacimiento” de un niño llamado Jesús, y que, los cristianos, debieran seguir creyendo es el hijo de su Dios. Ese que que no hizo otra cosa que hablar de la SENCILLEZ y predicar el AMOR.
Tras el primero de los Concilios de Nicea, en el año 325 d.c., todos supieron qué día tocaba celebrar la auténtica fiesta de cumpleaños del Hijo de Dios. Durante siglos, el 25 de diciembre se celebró por todo lo alto en las iglesias, en las calles, en los hogares. Sin excepciones, sin pretensiones, pero, eso sí, con mucha fe, con verdadera alegría y felicidad.
Hoy, sin embargo, mucha gente asocia “el niño” antes a la Lotería Nacional que al nacimiento de su dios. Son muchos para los que, en la Navidad, lo único que nace es la esperanza de que la merluza o el cordero no suban de precio; y el agobio anticipado de no encontrar aparcamiento para comprar los regalitos, y la incómoda incertidumbre sobre número de platos necesarios para la cena de Nochebuena, y la contrariedad de estar obligados a invitar a algún aguafiestas, o de tener que buscar un modelito que enfundarse en Nochevieja.
Sí, hoy son muchos – yo diría que casi todos – los que ven antes en La Navidad los largos y erizados lazos de los regalos de El Corte Inglés, que el incienso, la mirra y el oro de Los Magos del Oriente; el fulgor multicolor de las luces que adornan esos artificiosos y desmedidos árboles de la ciudad, que el brillo en las pupilas que produce un reencuentro; las pantagruélicas y poco imaginativas cenas, antes que disfrutar de una excusa para perdonar, entender que se pasa la vida y adorar al que tanto habló de amor.
La Navidad ya no es tan dulce como solía ser; tal vez porque ahora el turrón lo hacen de cacahuete y con un sucedáneo de miel que importan y traen de China en barriles.
Ni tan entrañable; tal vez porque hayamos sustituido los curradísimos belenes por los prácticos abetos desmontables de Leroy Merlín.
Ni tan fervorosa; tal vez porque ya apenas se zumban panderos y zambombas, porque si hoy suena algo, es Spotify.
Ni tan aténtica; tal vez porque llegamos a ella disfrazados de Halloween, atiborrados de Blackfriday, incorporándonos al Thanksgivingday… Y después de participar en ese sinfín de estúpidos días de… la gente rara, de la tortilla de patata, de los calvos, de la comida picante, del Pato Donald, de la jardinería nudista…
Y para colmo, La Navidad, ya tampoco es tan familiar; tal vez porque hoy no esté clara ni la propia idea de lo que es «la familia»; tal vez porque las actuales hayan dejado de tener un claro poder de convocatoria; tal vez, porque la idea de estar juntos se ha vuelto un tanto virtual; tal vez, porque… unos hijos de una madre que alumbró lejos de Belén, en Wuhan, jugando con sus probetas a ser investigadores, descubrieron un buen motivo para rematar La Navidad.
¡Infeliz Navidad a todos!