un negocio muy contagioso
Eso es el SARS-CoV-2, – para los acostumbrados a tutear: el Covid -. Un virus tan aborrecible como la excusa que han encontrado, para ganar muchísimo más, los que más salen siempre ganando.
Desde el principio supimos la capacidad de contagiar que tiene este bicho endiablado, pero, depronto, he entendido lo impúdica que puede llegar a ser la actitud de los grandes facilitadores de la única solución posible hasta ahora para medio librarse de él: las vacunas.
Hay poco que decir para entender el desconcierto que siembra un virus tan “vivo”, que ha logrado escaparse de un instituto de virología nada más y nada menos que chino, y que cambia de identidad con más facilidad que Tom Cruise en Misión Imposible.
Hoy he comprobado el grado de compromiso que tienen con la sociedad – de la que no viven mal -, farmacéuticas, boticas, laboratorios, proveedores, clínicas y centros médicos.
Ya sé en qué tipo de mundo vivimos; ya sé cuales son las reglas del mercado; ya sé que los esfuerzos tienen un coste y las soluciones su precio; ya sé cuál es la filosofía empresarial que impera -a cualquier cosa llamamos filosofía-. Pero estos innegables activos de la economía, van más allá de lo aceptable en su afán de “ganar”, sólo hay que pasar su estrategia por el tamiz de lo ético y lo moral para verlo. No necesito más que hacerme unas preguntas.
¿Cómo es posible el desabastecimiento constante de las pruebas detección de un virus que amenaza con hundir la economía, después de un año preparándonos para reaccionar rápido? ¿Cómo es posible que el precio de los test de antígeno cuando llega a las farmacias duplique o triplique su precio de un día para otro, poniendo como excusa la demanda, pasando de costar 5 a 12 ó 15 euros? ¿Cómo es posible que los centros médicos que tienen acuerdos con las grandes compañías médicas y sus laboratorios, retiren de los convenios sólo el diagnóstico de contagio por Covid, para, acto seguido, ofrecerlo de forma privada y a precios de escándalo (entre 50 y 120 euros)?
Pero lo inconcebible, va aún más allá. Salpica al estado y a un gobierno cuyo esfuerzo mayor está en las palabras y la teatralidad.
¿Cómo es posible que, en el mismo país, ciudadanos con los mismos derechos, tengan en unos casos acceso de forma gratuita a instrumentos de diagnosis, y otros, ni dispuestos a pagar lo que sea por ellos, puedan hacerlo?
¿Cómo es posible que el propio responsable de la Salud Pública de un país con 3.416.799,99 de parados , con miles de pensionistas que sólo ven 654’60 euros en sus cartillas a fin de mes, ingrese unas “perrillas” – vía IVA – a través de las mascarillas que seguiremos comprando sin parar por “imperativo legal”?
Alguien o algo debiera poner un límite al ánimo de lucro. Un límite, que desconozca fronteras autonómicas, nacionales y continentales; un límite que esté por encima de la codicia y el accionariado; un límite que establezca la ética que debiera presidir siempre la política y, ¿por qué no decirlo?, también los mercados. Es imposible entender el enriquecimiento que hace el agosto y hasta el diciembre basándose en el miedo, la angustia o la indefensión. Igual de inadmisible es el negocio de los conocedores del miedo a un virus letal, como el de los proxenetas que se benefician de la cautividad de un cuerpo obligado a la prostitución. Es inaceptable que el compromiso de los responsables de ayudar a acabar con una pandemia que puede acabar con millones de vidas y hasta con el propio sistema, mantengan las mismas tácticas de mercado, la estrategia de ganar sangrando.
Es necesario inventarse un test para ver quiénes están contagiados de este mal. Un vieja enfermedad que me temo, va a ser incurable.