el homoestruz
En cuanto lo he visto, lo he identificado: “¡he ahí un homoestruz!”
Leí que fue Plinio el Viejo -¡un procurador romano!- , en su “Naturalis Historiae”, quien dedujo que el avestruz entierra la cabeza para no ver; y que, al hacerlo, cree tener escondido todo su cuerpo (jajaja… qué desliz). Un cuento imperial de un gobernador tan fecundo como ocurrente.
Sabemos que, las avestruces, con su pico, cavan hondos agujeros con el único objeto de enterrar sus inmensos huevos… y, claro, a ras de suelo y a simple vista, parece que esconden la cabeza. Aunque… cabría preguntarse … ¿qué fue antes, el huevo o el agujero?
Al toparme esta mañana con las botas de alguien, hundidas y boca abajo, en la arena de la una playa, depronto, se me ha venido un tierno recuerdo a la cabeza: de niño, cuando quería aislarme del insoportable sopoooor escolar, escondía mi rostro -y sobre todo la vista-, entre mis brazos, cruzados sobre la mesa a modo de almohada, para que yo pudiera hacer como que dormía profundamente. Recuerdo que imaginaba ser un cavernícola oculto en una gruta profunda y oscura. Allí, me encontraba seguro de todo lo que ocurría extrabrazos y que, sin prestar la más mínima atención, oía perfectamente. Me sentía una especie de espeleólogo, a salvo de todo, adentrándome en las calenturientas y rupestres fantasías de mi edad.
Hoy, al ver esas botas en medio de la playa, he imaginado a un tipo hundido en la miseria, harto de todo, decidido a evadirse de la realidad metiendo la cabeza bajo la arena; sólo que, en su desesperación, al pobre, se le fue la mano profundizando y acabó enterrando mucho más que su cabeza. (Una estupidez de idea medio atroz, ya lo sé, pero quiero seguir).
Sin embargo, me he reído pensando que, el enterrado y Carlitos, pertenecen a esa subclase de humanos que el Viejo Plinio, sin duda, hubiera llamado “homoestruces”. Ese grupo de humanos al que todos nos incorporamos cuando la realidad, en lugar de rodearnos, nos tiene acorralados.
Supongo que, como las avestruces, tampoco nosotros escondemos la cabeza por cobardía, en todo caso, sería un recurso imaginativo para zafarse de lo que uno no quiere ver. No ver, implica buscar la oscuridad. Y siempre quise ver, en ese “NO VER”, un acto salvajemente regresivo. No sé qué diría o dirá el psicoanálisis del Viejo Plinio y del joven Carlitos, pero he pensado que esconder la cabeza o taparse los ojos con las manos -o la almohada-, incluso ponerse ciego de alcohol, o llegar a la más absoluta de las oscuridades recurriendo al suicidio, siempre serán formas instintivas e improvisadas de volver a la placidez y el reposo que debió significar el útero de la madre que nos parió. Esa que para hacerlo, no tuvo otra que alumbrarnos.
No sé si el de la bota, andará o no bajo tierra, ni si habrá encontrado a su madre, pero de todos los que iban paseando por la playa, estoy seguro que he sido el único que ha visto, con claridad, su deseseperado intento.
Lo que es no querer ver la realidad de las cosas (o en las cosas).
Aaay, homoestruces, os he descubierto.