dudas preconcebidas
Este depronto debiera empezar textualmente con unas fingidas risitas del tipo: ¡jajajaja!… (y si no, con uno de esos ictéricos emoticonos que se “parten la caja” y explican nada por sí solos).
Las muecas de dos de mis nietos, pillados infraganti en alguna “consideración” iniciática sobre la existencia, me despiertan tal grado de ternura que me troncho de amor cada vez que veo sus fotos.
Me pregunto cómo la gestualidad -espontánea, por supuesto, a la no-edad de un neonato-, puede estar tan involuntariamente repleta de significados. Se diría que Leo y Lili barruntan algún inconveniente en esto de tener que “existir ya”… ¡jajajaja!… Sí, me troncho viendo sus caras. Me recuerdan a las de su abuelo -o sea, las mías- según se iba acercando el día de tener que enfrentarse «a la mili».
Veo estas dos fotos y pienso que parecen estar sopesando los pros y los contras de haber sido dados de alta en la vida sin su consentimiento.
Leo, más escéptico, “de siempre», se ve más que contrariado, parece enfurruñado; Lili, en cambio, vive el conflicto de una forma más racional, como si aún no tuviese muy claro su posicionamiento ante el hecho incuestionable de tener que fichar a diario en la vida.
Lo sé, sólo son gestos «reflejos”, sí, pero tienen algo de premonición; viendo sus caritas, uno podría pensar que, al nacer, ya contamos con ese llamado «sexto sentido»; está claro que ambos plantean una especie de duda existencial, yo diría que preconcebida.
Qué divino puede ser lo fortuito, qué significativo lo accidental… y hasta, tal vez -no me atrevería a negarlo-, qué justificado.
Llegar a nacer es verdaderamente un maravilloso accidente; que uno esté en él involucrado, una bendita o maldita casualidad.
El transitar obligado a la madurez es algo incuestionable, algo que, por el mero hecho de nacer, ya debiera suceder. Desgraciadamente, no se trata de una decisión ni libre ni individual; más bien es todo lo contrario, una decisión impuesta social y culturalmente: no puedes elegir el tipo de padres que, vigilantes, te acompañaran mientras creces; ni el tipo de educación, siempre excluyente, que recibirás; ni la cultura, más o menos desdibujada, que te marcará; ni la época, convulsa o no, que vivirás… Ni los demonios que te acecharán, ni el grado de independencia o de libertad que gozarás… Realmente esto de nacer es como para pensárselo dos veces, ¿verdad, Lili, verdad Leo?… ¡Por Dios, esas caras!… ¡jajajajaja!…
Cuando en el disco duro del entendimiento no hay ningún “ítem” funcional, cuando está vacío de contenidos, se ve que la única respuesta posible ante la incertidumbre que representa vivir, deben ser los gestos, esas muecas que expresan, aunque sea de forma efímera y refleja, las grandes preguntas que siempre implica ver la luz.
Leo, Lili… Si algún día leéis esto, estad tranquilos, os garantizo que no tuvisteis tan mala suerte. Borrad de vuestra cara cualquier atisbo de recelo, aunque hoy pueda entender que en vuestros rostros haya alguna sombra de duda. Habéis tenido los mejores padres, ellos ya se preocupan de que adquiráis las mejores herramientas para vivir, habéis caído en una sociedad permisiva que garantiza a vuestros actos la legitimidad que otorga vivir en libertad… Pero, la verdad, de alguna forma os entiendo: yo hubiera preferido que vuestro tiempo fuera el más apacible y esperanzador de La Historia y, desgraciadamente, no lo tengo tan claro… Cada vez que ahora me miro en el espejo, yo también me descubro una desconcertante mueca, reflejo de una inquietante duda… curiosamente, se diría que también recién nacida.
Y sí, en este punto ya no hay jajaja que valga, porque están ocurriendo cosas hoy que no tienen maldita la gracia.
La vuestra puede que sea una duda preconcebida; en cambio, la mía, es una duda que debiera ser inconcebible, y sin embargo, está fundada.
Hijos, se acabó esta descarada homilia. ¡La paz sea con todos vosotros!…
Mmmm… menos con los malditos “pútines” y los condenados “patanes” que creen trabajar para mejorar el mundo a los que siguen vienendo a Él.