pide consideración
Lo había olvidado, pero me lo ha recordado una amiga: se llama Tomás.
Se dedica, si me permiten Dios y él mismo emplear el término sin ofenderles, a la mendicidad.
Pero no pertenece a esa de «clase pasiva»; la indigencia de Tomás, en el fondo, es otra, mucho más activa, y no sé si superable, pero desde luego, muy superior.
Tomás es un profesional infatigable de la lectura. Un hombre feliz cada vez que cae en sus manos un libro. Lo devora con hambre de náufrago.
Pase a la hora que pase por la plaza del Obelisco, siempre lo encuentro ensimismado, leyendo en el mismo sucio y sórdido lugar, sentado sobre un petate que usa para hacer más confortable un frío peldaño que ya nadie pisa, reservado para un ávido lector en el que muy pocos se fijan.
Ayer noche me sorprendió verlo hasta tan tarde y no tuve más remedio que pararme a hablar con él sacándolo de su lectura. Había colocado una pequeña linterna -a modo de luz de mesilla- pinzándola en el cierre de seguridad de lo que fue un negocio -se ve que fallido- y al que, en su día, daba paso el peldaño en el que se sienta y se siente Tomás tan cómodo. Leía un libro cuya singular solapa me recordó a una serie de TV francamente buena: Black Mirror.
No llegué a ver el título.
Aquella bombilla, el reflejo de los semáforos en la pulida piedra de la fachada, la capucha de su cazadora aislándolo del ruido del tráfico, y las horas que eran.
Al verlo, depronto he recodado, Adolfo, a aquel otro mendigo que a medianoche detuvo a tu padre para pedirle unas monedas, y al que un flemático y bien educado jerezano espetó:
-No son horas de pedir.
A lo que el lúcido mendigo, mostrando diplomáticamente la cacha de su navaja, repuso:
-Tampoco de negar.
Qué ingeniosa y hasta diría razonable forma de convencer (supongo que tu viejo soltó la pasta más por admiración que por prudencia).
La agudeza y lucidez de Tomás, son más elevadas y entiendo que superiores a las de aquel sagaz “vampiro” de Jerez.
Tomás es un auto-illuminati, un ilustrado que pertenece a una sociedad nada-secreta, en la que la mala sombra se ceba desposeyendo de casi todo a los má desafortunados. Y ocurre en pleno el Siglo XXI… ¡Cuántas cosas debieran estar superadas y haber caído ya en el olvido!.. La pobreza, el hambre, la indigencia… (difícil entender cuando hoy tenemos suficientes lacras de última generación para sufrir sobradamente).
La mendicidad de Tomás, sin embargo, no obedece a patrones conocidos. Él no viene a ti, ni te pide, pero te empuja a su encuentro y te lleva a considerar algunos serios -que no nuevos- «porqués».
Tomás prefiere dar antes que recibir… una lección de dignidad, de inteligencia y -como dirían nuestros cursis abuelos- de “saber estar”. He hablado con él y se ve que lo que lee le cala: es un hombre tosco, al que le cuesta arrancar, pero, cuando lo hace, su conversación es fluida, sugerente y agradable. Si sondeas en sus ojos, ves que hay profundidad. La dimensión que dan el conocimiento de las cosas, el viajar y alimentar la imaginación. O sea, el leer.
Aquella bombilla sobre su cabeza, enfocando las páginas del libro, me ha parecido el “Ojo de la Providencia” … el ojo atento que todo lo ve -empezando por mí-, la mirada de Dios, el “Delta luminoso” de la masonería, ese símbolo relacionado con la luz, la sabiduría y el espíritu.
Qué hábil eres, Tomás, qué forma tan inteligente de presentarte sin hablar.
He leído que en el siglo XVIII, un tal Jean-Jacques-François Le Barbier, un reputado escritor e ilustrador, empleó ese “Ojo Panóptico” para ilustrar -curiosamente- el documento de Los Derechos del Hombre y del Ciudadano promulgado por la Asamblea Constituyente Nacional de Francia en 1789. Donde, ¡mira tú qué casualidad!, en la introducción puedes leer:
“…. considerando que la ignorancia, el olvido o el menosprecio de los derechos del Hombre son las únicas causas de las calamidades públicas y de la corrupción de los Gobiernos, los representantes del pueblo francés…etc..etc.”
La ignorancia, una de las causas de la degradación social y política. Ya lo vieron claro siglos atrás.
¡Tú sí que entiendes Tomás!… Qué forma tan inteligente de denunciar y manifestarte contra el olvido. Desgraciadamente, a tu alrededor hay otro tipo de indigencia, básicamente mental. La pasividad, que fue más bien una actitud individual, hoy ha dado paso a la impasibilidad, que es más una discapacidad colectiva bien planificada. La pobreza crece sin parar, ya no hay derecho ni derechos que valgan. Estamos atrapados en un falso bienestar, estúpido y habilmente racionado, que cada vez llega a menos humanos. Pareciera que todos estamos llamados a sentarnos un peldaño siempre más abajo.
Nos hemos acostumbrado a no ver, Tomás. Pero ahí estás tú, dando que pensar, evidenciando que una cosa es ser indigente y otra un resignado. Lo tuyo no es indigencia, lo tuyo es inteligencia.
Me da que tú, Tomás, no pides dinero; me da que, antes de nada, tú pides consideración.
-Toma, Tomás.
Personas como Tomás merece la pena conocer.
Yo pensando a quien dar libros que se me acumulan…
Cuando lo descubrí, me pareció un tipo increíble. (Increíble pero cierto). Un monumento al que casi nadie presta atención. Yo lo pondría a trabajar en una biblioteca pública. O a dirigir una cadena de televisión. O a ser ministro de cultura.