macronecios
Seguramente nuestros leucocitos ya están aprendiendo a convivir con los “microplásticos” y por el torrente sanguíneo se cruzan unos y otros como la cosa más natural del mundo.
¡Qué gran conquista para esta especie… de idiotas que somos!
Lo malo es que llevará tiempo hasta que nuestro metabolismo, movido por las obstinadas y secretas fuerzas de la evolución, acabe de adaptarse a la nueva realidad: la ingesta de plástico molecular.
Me pregunto si no quedará otra que asumir y asimilar las consecuencias de la estulticia y la pasividad humanas. ¡Imagínate tú que acabemos necesitando ingerir plástico para sobrevivir!
¡Qué gran logro evolutivo!
Después de hacer hoy la compra, la verdad es que ya no me cabe la menor duda: es una alternativa.
Una charcutera me ha despachado jamón de york, servido sobre una bandejita de no sé qué tipo de polímero, introducida y precintada en un sobre de plástico, con una pegatina auto-adhesiva, también plástica, por supuesto, sobre la que iba un código de barras e impresos el peso, el precio y nombre del producto, y todo ello metido en una bolsita de film plástico sellado con otra pegatina para evitar… caer en la tentación de tomar un aperitivo antes de pasar por caja.
En definitiva: unos 200 gr. de plástico para servir 150 gr. de jamón. Me pregunto si esto es por necesidad o por pura “necedad”.
Entonces me he puesto a pensar y he llegado a una conclusión:
Mañana me levantaré, como cada día, temprano,
calentaré el café en el “microondas”, saldré a la calle y cogeré el “microbús” para ir al trabajo; volveré dando un paseo y disfrutando de este maravilloso “microclima” que tenemos en el Val Miñor; llegaré a casa, me sentaré en el sillón y me sumiré en el “microcosmos” de mis pensamientos; rezaré para que el “microprocesador” de mi marcapasos siga sin dar fallo; descartaré la idea de pedir un “microcrédito” al banco para hacer más grande mi colección de guitarras; pondré un vinilo, y un “microsegundo” después de que Beethoven suene cuando empiece la aguja a deslizarse por los “microsurcos” del primer movimiento de La Pastoral, empezaré a pensar seriamente sobre las posibilidades que hay de estar a salvo de los “microplásticos” en una “microscópica” islita de la “Micronesia” llamada Coroa.
Si tuviera que convertir esta tragedia en un “microrrelato” sería este:
Puede que no seamos “microcéfalos” pero nada impide que los humanos seamos “macronecios”.
¡Aaaatchís!… ¡A ver si va a ser un jodido «microbio»!