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«encandado» de haberte conocido

Jul 5, 2022

Hola, amor, adiós. 

Dos buenos motivos para aferrarse aún hoy a la Edad de los Metales. 

Se ve que cuesta relegarlos al olvido porque siguen prestándo un gran servicio a la humanidad.  Ayudan mucho a que nuestros sentimientos sean menos… ¿etéreos?, permitiéndonos materializar, por ejemplo, eso que llamamos amor.  Y ahota veo que también, eso que llamamos desamor.

Con una determinación férrea nos abrimos a la más hermosa de las bienvenidas que da el corazón -ésa que a hierro se anilla y esposa-; con una firmeza inquebrantable, también solemos abrirnos a negar su trato, «desencadenando» -¡mira tú por dónde!-, el adiós definitivo.

Desde luego que con los mismos hilos inalámbricos que construye nuestro corazón,  destruyen la indolencia y su desencanto. (No quiero ser más duro que el mismísimo acero, afortunadamente, no siempre es el caso).

Cuánto metálico símbolo creamos para dar visibilidad a las decisiones que tomamos en cada momento de la vida, y sabiendo que puede que ninguna  sea definitiva. Necesitamos ver para creer en nosotros mismos, para dar rango de certeza a todo eso a lo que se engancha nuestro deseo. 

Lo necesitamos para, con la forma, en el fondo, resultar algo más creíbles; somos conscientes de nuestra inconsistencia. ¿Será que nadie duda que todo es susceptible de dar ese giro inexplicable que nos lleva siempre al polo opuesto, ese en el que, seguramente nos encontrábamos, por ser un polo impuesto?

candado del desamor en Viana do Castelo

Cruzando el puente que Monsieur Alexandre Gustave  Bönickhausen -o sea, Eiffel- construyó para que los vianenses pudieran vadear el río Lima y dirigirse al sur portugués, he recordado, depronto, la historia que ha llevado a millones de seres a estar “encandados” de haberse conocido y enamorado. 

Según un cuento serbio, durante la Primera Guerra Mundial, Nada, humilde maestra de escuela, se enamoró perdidamente de Relja, un apuesto oficial serbio. Desafortunadamente, éste fue destinado al frente en Corfú, donde cayó rendido, preso de los encantos de una de las griegas más guerreras de la primera gran guerra. (Cuenta el cuento que era muy hermosa).  Nada, nunca superó el revés que supuso la confesión de tal traición y murió con el corazón destrozado. Las mujeres de Vrnjačka Banja, el pueblo de Nada, en su honor y para proteger, por supuesto, férreamente lo más querido por ellas, empezaron a escribir en candados sus nombres junto al de sus amores, y los colgaron en el puente donde Nada y Relja solían prometerse a la luz de la luna amor eterno. El lugar se conoce como Most Ljubavi («El Puente del Amor”). Pronto no cupo un sólo candado más en sus encubiertos y vencidos barandales.

Una historia tan bonita no tenía más remedio que correr como el agua que sigue fluyendo bajo el Ljubavi, y con ella, la suerte de los puentes de medio mundo“: El Pont des Arts en París, el Puente del Amor en Praga, el Puente Milvio en Roma… Todos, apesadumbrados por la historia, hoy cargan, en sus barandas, rejas y pasamanos con la insoportable levedad -o ingenuidad- de los seres que apuestan por un amor… eterno.

construcción Torre Eiffel

Es curioso, porque en el puente de Eiffel de Viana, NO HAY  un solo candado de amor. Y sí, sólo uno proclamando un desamor también eterno. (La ocurrencia, todo hay que decirlo, me parece una maldita genialidad). Ojalá no lo descubra nadie, porque, con lo poco que hoy día duran las parejas, pronto no quedaran ni puentes ni ríos que cruzar.  Y ya nada blindará nuestra mayor seguridad, ni a una, ni a otra ribera del corazón. 

Nada, excepto la triste historia de Nada, es constante, ni eterno. ¿Será porque nunca consideramos la verdadera dimensión de lo que sucede en la vida, la más cruda y determinante de todas: El Tiempo?

Cayó el amor de Nada y de Relja, como a diario caen presos de la cizalla del tiempo los candados que ingenuamente proclaman los amores más convencidos del mundo. 

Algún día caerán, presas de la oxidación y la herrumbre, la mismísima Torre de Monsieur Bönickhausen y su hermoso puente de Viana.

Pero mientras vivamos en la Edad de los Metales, seguiremos pensando que el verdadero amor, encerrado con llave, se vuelve eterno. Todos sabemos que el desengaño y  el “The End” siempre tienen origen en algún punto: ¡Ay, amor!, ¿será el tuyo ese “candado” que cuelga “in the middle of the bridge of Monsieur Eiffel”? . 

Ya hay una lista o listo no-pidiendo  a gritos salir de la Edad de los Metales. Y me ha parecido ocurrente la forma que ha elegido para decirlo, con ironía y sentido del humor, burlándose de todos los estereotipados y plúmbeos amores que ya empiezan quedándose colgados. Pero me entra una duda, no sé si deja bien clarito que…  “el que a hierro AMA, a hierro muere”, o más bien que…  «todo metal dura lo que dura duro». Sí, creo que esto último; como siempre, todo es cuestión de tiempo.

 Adiós, cachondo, “encandado” de haberte conocido.