las vueltas que da la vida
Ayer, en la triste oscuridad de una noche prematura (por el cambio horario), y condenada a la tenue iluminación que hay en la Plaza de la República, nos cruzamos en el camino un escandaloso bote y yo. Sudoroso pero perfumado, iba de un lado a otro como poseído por el diablo, enloquecido y agitado, como empujado por una vigorosa energía que sólo parecía ir con él. Me quedé perplejo observándolo, tenía vida, pareciera viajar en su vientre un hámster frenético incapaz de controlar sus correrías. No daba crédito a los tumbos que iba dando esa pobre criatura de metal. Depronto se ha detenido, y he podido ver que no era otra cosa que un bote de desodorante claramente «agotado» (tiene guasa).
Instantes después he pensado que aquel bote metálico también podía ser una pequeña metáfora de los tumbos que damos en la vida. El caso es que me he puesto a perseguirlo y a grabarlo con el móvil, debí parecer un chalado. (Ahora que lo pienso: igual alguien me grababa a mí pensando en alguna otra metáfora, y a ese alguien otra persona, y así se iban acumulando metáforas y metáforas, y, sin querer, entre todos estábamos ilustrando el libro de las “Metáforas de la Vida”).
Cuando vi el resultado del vídeo, plantado allí, en aquella negra y vacía Plaza de la República portuguesa, pensé que El Tiempo y el Viento siempre van de la mano. Y, que debe existir una versión eólica del aire imperceptible para nuestra piel pero determinante para nuestra suerte, haciendo que la vida siempre dé vueltas y más vueltas. Vivir es una incertidumbre en constante mudanza. Hoy estamos aquí, mañana allá, hoy nos muestra una cara, mañana la contraria, hoy nos sonríe la fortuna, mañana la desdicha nos hace llorar… Y es que todo es susceptible de darse la vuelta y luego volver a dar marcha atrás, y luego girar nuevamente, 90, 180 ó 360 grados. Y así, hasta que llega el gran revolcón, el definitivo. Entonces, todo se para en seco y deja de soplar ese viento imperceptible, como ocurrió con el desodorante anoche, que acabó varado en una esquina y alguien, seguramente para acabar con el escándalo que hacía, lo chafó de un pisotón.
Volviendo ya a casa, bajaba por la Rua Lavandeira. De una de sus bocacalles -la más estrecha- me ha salido al paso un pequeño yorkshire venido a menos por tener el flequillo y el lomo empapados por la lluvia. El desconcierto que sentía el animalito lo llevaba de un lado a otro haciendo sonar el diminuto cascabel que llevaba al cuello. Huía con pavor de todo lo desconocido, pero un miedo aún mayor, el miedo a lo impredecible, lo empujaba tímidamente hacia mí. Cuando estuvo a mi alcance, lo acaricié con la mano y con alguna palabra tranquilizadora. Tiritaba mucho y me miraba lastimosamente. Entonces he sacado de la mochila mi cortavientos y lo he envuelto en él. Estaba pensando qué hacer cuando…
… ha aparecido una mujer mayor, muy angustiada, buscaba como loca a su “Pizca”. Repetía una y otra vez ese nombre en voz bajita pues ya no eran horas de chillar. Cuando me ha visto con el perrito cascabelero en brazos…
… ha corrido hacia mí sin sortear los charcos. Pizca ha ladrado como un histérico al reconocer a la vieja. Tan agitada estaba tras el susto de haber perdido a su “Pizca” que ha sufrido un desvanecimiento al llegar junto a mí y se ha caído…
… rápidamente he dejado el perrillo en el suelo y la he “atendido” como Dios me ha dado a “entender”. Acto seguido he llamado al 112. Después me he preocupado por la vieja, que, entre lamentos y medio ida, decía muchas incongruencias y tonterías…
… Ha llegado una ambulancia, me han pedido que la acompañara para colaborar a identificarla, desconcertado me he resistido con alguna excusa improvisada, pero al final he entendido que era mi deber. ..
…he ido junto a ella en la ambulancia hasta el hospital oyendo sandeces. En un momento de cierta lucidez la vieja ha dicho su nombre, ha dicho que tenía una hija y ha dado algo parecido a su dirección…
… Aún estaba en Urgencias, en observación, cuando ha llegado la hija, una mujer de unos 45 años, linda de verdad, estaba pálida, perturbada… “¿pero cómo ha podido…?”…
… Se ha interesado angustiada por su madre; cuando le han dicho que yo la he socorrido, se ha dirigido a mí y me ha preguntado por lo ocurrido, y ha cogido a “pizca”, que, en mis brazos, comenzaba a convertirse en un complemento de temporada. Después me he ido, tarde ya, a casa…
… Al salir del hospital iba algo aturdido -sobredosis de acontecimientos he pensado-, he decidido caminar para oxigenarme, he cruzado una calle corriendo pues venía bastante rápido el único coche que circulaba a esas horas…
…las aceras de Viana, como las de la mayoría de Portugal, están adoquinadas con mucho arte, pero escaso mantenimiento. Uno nunca puede fiarse del terreno que pisa, en un tramo de la acera, más oscuro de lo normal, he dado un puntapié a un “cubo” mal puesto y acto seguido tal traspiés que…
…he aterrizado en la acera, desollándome una rodilla y las dos manos. Al intentar levantarme del suelo, maldiciendo tanta mala suerte, he pisado algo, metálico y resbaladizo, algo con un relieve absurdo. Lo he cogido y orientado hacía la luz que daba una farola -bastante farolera- y he podido comprobar que aquello no me era del todo extraño. ¡Coño!… era un envase metálico aplastado en el que he podido leer: Deodorant Sensitive Skin.
¡Las vueltas que da la vida!… (tantas, que a veces huele a cachondeo).