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cenizas de otro tiempo

Oct 11, 2025

No parece viable que sin ninguno de sus dos brazos un manco pueda ser fumador, pero…

Pedía dinero en una esquina sentado en el suelo. Gracias a una camisa sin mangas, mostraba dos muñones a la altura de sus dos hombros, por alguna desdichada razón las extremidades superiores habían sido amputadas. Mendigaba en aquella sucia calle peatonal bajo un frenético y metálico tintineo provocado por él mismo y la calderilla que, a modo de reclamo, agitada en uno de esos vasos de plástico usados para hacer botellón; el discapacitado lo mordía y sostenía con su boca emitiendo una señal de súplica que resultaba acuciante a consecuencia de cabecear enloquecidamente. Sólo de cuando en cuando paraba y descansaba el maldito vaso entre sus rodillas. En el momento que lo hacía, se dirigía al primero que pasara por delante y le soltaba:

Hermano, alcánzamelo anda, necesito una calada.

cigarrillo convertido en ceniza sobre poyete

Todos ponían cara de no entender, pero el manco enseguida aclaraba la cosa con un gesto seco, otro golpe de cabeza acompañado de una proyección de ojos apuntando hacia arriba, hacia la izquierda, donde ya no humeaba ni sutilmente el cigarrillo que, hacia rato, alguien había apoyado en la verja de hierro de la ventana del bajo bajo la que justamente mendigaba. Pensé que aquellos cigarrillos consumiéndose en reposo no encontrarían mucho porteador dispuesto a atender al vicioso mutilado.

Aquel extraño favor tenía que representar un grimoso compromiso para cualquiera de los elegidos. Coger un cigarro medio apagado y chupado y alcanzárselo a un tullido sin brazos para que le diera unas caladas, no  es algo habitual. Aunque seguro que todos tenían claro lo forzoso de un gesto de mínima piedad.

El “hermano” elegido esta vez, me pareció un tipo peculiar, algo atrabiliario, tenía aspecto de ser uno de esos filósofos que se extralimitan planteando con vehemencia sus tesis, un radical de los que acaban por no encontrar mayor incondicionalidad que la del alcohol. Tenía la nariz afilada, el aspecto macilento y los ojos oscuros e insondables, adornaban su rostro una copiosa barba blanca y unas hirsutas cejas, el bigote estaba inequivocamente teñido por la nicotina; descuidado en su aspecto, venía caminando por la calle con ese característico ritmo de los que no andan, si no vagan. 

Cuando se ha visto interpelado y ha entendido lo que le pedía el lisiado, ha estado avispado sacando de su bolsillo una cajetilla de Ducados. Ha tamborileado sobre ella hasta sacar dos cigarrillos. Uno lo ha puesto entre sus labios y el otro entre los del manco mientras decía sin prisa alguna…

El suyo agonizó hace tiempo, amigo -y sonriendo ha continuado- pongamos el cronómetro a cero. Sabe, cada cigarrillo representa una pequeña quiebra en la línea del tiempo, un breve interregno en el que detenemos el tiempo impuesto y nos tomamos un respiro… un ponzoñoso y destructivo respiro –ahí se ha reído con una risotada como la del Joker – que, la verdad, nos alivia de su opresiva tiranía.

-El mendigo ha sopesado muy fugazmente la idea de haberse equivocado de cabo a rabo al elegir aquel “hermano”. Pero era tarde, veía acercarse a su cigarro un mechero Bic prendido para provocar su ignición. El tipo ha hecho lo propio con el suyo y, dando una calada interminable, ha continuado envolviendo en misterio cada una de sus humeantes palabras:

-Antes nadie pensaba en el muy cabronazo; vivíamos en un estado de gracia permanente, ignorantes de su yugo, las obligaciones eran tan básicas y escasas que nunca necesitaban someterse a ninguna secuencia, a ninguna exactitud. Esta permanente noción del tiempo y la necesidad de medirlo de esta forma tan ajena a lo natural, nos ha trastornado a todos; yo sostengo que son causa de nuestra profunda infelicidad. La precisión llegó con la tecnología y con ésta este desquicie colectivo.   

El mendigo lo miraba casi que con miedo mientras fumaba mordiendo la boquilla. Cuando el tipo extraño se ha percatado de que la ceniza del lisiado estaba a punto de caer, ha detenido el palique, arrancándole el Ducados de los dientes y con el dedo meñique de su mano derecha, ha sacudido la pavesa con destreza antes de volver a enchufárselo.

El manco ha rodado el cilindro entre los labios hacia un extremo de su boca para soltar un lacónico,

-Gracias. 

El filosofo ha seguido divagando:

-Qué empeño en medir de forma tan artificial cualquier intervalo: horas, minutos, segundos… Son los tiempos que corren, amigo, obligándonos a una sumisión diría que inasumible. Nuestra dimensión humana precisa de otros instrumentos, de otras unidades más bio y más lógicas, carajo: una sobremesa, una cabezada, un baño, una cañita, una cópula… o un cigarro.

Sonriendo ha rematado:

Así que… tenemos un cigarro por delante, cuénteme su vida.

Depronto me ha dado por mirar el reloj y… ¡Dios las 11:15 y tenía cita en la consulta del cardiólogo a las 11:30!… Joder, no me lo puedo creer, ¡no llego!

Me he lanzado a correr hacia la parada de Metro de Bilbao, pero súbita e instintivamente me he quedado clavado deteniendo la estampida. Movido por la misma y desconocida razón, he dado media vuelta y he desandado el tramo recorrido. Al llegar nuevamente a la altura del filósofo y el tullido, de mi boca ha salido una propuesta inconcebible para los que me conocen bien, contraria por completo a todos mis principios:

-Amigo, ¿no tendría un cigarro?

Hacía tiempo que no fumaba con tanto placer. Creo que llevaba toda la vida sin hacerlo.

(Pero vamos, que todo de boquilla).