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deriva vomitiva

Oct 14, 2025

Hay estadios de fútbol más célebres por lo que ocurre en su césped que por la asombrosa obra pública que representan y que debiera elevarlos a la consideración de “catedral» del balompié.

El campo del Areosense Fútbol Club, sin duda, es un claro ejemplo de lo que insinuó. Sorprenden sus instalaciones, pues a pesar de su limitadísimo aforo, este estadio -más ermita que catedral- da cabida a una numerosa peña de hinchas, tan hincha, que siempre acaba por explotar apoyando a su “once favorito”.

Cuando juega el equipo de Areosa, que ese es el nombre del pueblo donde se ubica el estadio, y siempre que nos pongamos mirando a una catedral tan de verdad como la de Santiago, veremos siempre a todos los aficionados situados en su grada: en ese caso la izquierda. Si bien, cuando suena el silbato, rápidamente todos no vacilan en situarse en otro punto, el que se ubica entre la vehemencia y la demencia.

Los que juegan, suelen distinguirse más por las marcas que dejan en los tobillos y los rostros del contrario que por lograr abultados registros en el marcador. Lo que hace que inevitablemente acaben casi todos los encuentros como el mismísimo rosario de la aurora. De ahí que, además del equipo arbitral, cada vez que van a jugar, sea necesario incorporar dos o tres furgones de fuerzas del orden para serenar, aunque sea a porrazos, los ánimos.

Parking del Areosa CF con zona para policía.

Sólo con echar un vistazo al parking de esta pequeña “ermita” del fútbol, uno se hace cargo del pifostio que allí se puede montar y de lo necesario que es el tercer equipo.

El pasado domingo, los visitantes venían de una localidad cercana a Ponte de Lima, villa que presume de ser “a cidade mais antiga de Portugal”.

Todo y todos estaban preparados para recibir “al contrario”. Allí se encontraban en pleno el Areosense CF, el trio arbitral, 15 ó 20 miembros de la Polícia y la entusiasta peña. Pero según pasaban los minutos, los más impacientes ya empezaron a rumorear que algo debía estar pasando, que mucho estaban tardando. Hasta que no quedó otra que asumir la realidad, no se escuchó la megafonía:

– Atenção, más notícias: um acidente deixou o autocarro em que vinham os visitantes fora de serviço. Infelizmente, o jogo terá de ser suspenso.

Vaya hombre, no ha llegado a pisar el césped y el contrario ya está contrariando. Menuda escandalera se desató, que si “hijos de puta”, que si “cagaos”, que si “no tenéis huevos”… Como pasaba por allí, puede oírlo. Dije para mis adentros,

-De alguna forma hay que vomitar. 

Pero aquello no eran más que nauseas, unas pequeñas arcadas. Allí, frente al parking, me puse a divagar cuando me dije: “oye, qué pasaría si…”

depronto uno de los oficiales de policía situado en el campo, el más juguetón y convencido de poder emular a Ronaldo, levantara con su pie derecho uno de los balones que habían servido para calentar y le metiera un señor zapatazo, con tan mala fortuna que la bola fuera a impactar en la cara de un defensa del Areosense, y que ello llevara a que éste, más cabreado que una mona, cogiera otro balón y soltara un pepinazo apuntando -a grosso modo- al cuerpo entero de la policía, y que el chute de rabia impactara -mira que es mala suerte- en la mollera del que estaba al mando de aquel operativo, y que aquel acto fuera considerado intimidación o agresión grave a la autoridad, y que de inmediato se montara la acostumbrada tangana, esta vez Polícia contra Areosense FC., y que, entre gritos, guantazos y patadas, sólo se pudiera percibir débilmente el silbato del árbitro, “acojinado” desde la grada con tanto cojín volante y por sólo intentar calmar los ánimos, y que la peña decidiera invadir el campo, y que al verse acorralado, el suboficial Rui Pereira de Sousa esgrimiera su Glock 9mm y sin tiempo de apuntar disparara a puerta, y que el portero del Areosense parara con el pecho aquel disparo y que sin ser batido sí fuera mortalmente abatido desde más allá de la línea de 11 metros.

Entonces me he dicho “para ya”.  A lo que me he respondido “¿pero de qué te escandalizas?” el fútbol siempre tiene la misma deriva: el enfrentamiento, las descalificaciones, los insultos, los escupitajos, los empujones, la VIOLENCIA.

Aquel domingo, y aunque sólo fuera en mi mente, el fútbol tuvo su acostumbrada y nauseabunda deriva, y es que aquella ermita del balómpié pude convertirla en lo habitual: un vomitorio.