momento de flaqueza
Hubo un momento de mi vida que necesité un diccionario. Luego, otro en que no pude vivir sin Él.
Él, es un diccionario francamente gordo que se define a sí mismo como “ideológico”. Me ha acompañado durante un cuarto de siglo y siempre, sigiloso, se ha situado en la zona más accesible de las estanterías de todos mis cuartos. Allí ha esperado con paciencia a que me asaltara una duda o atracase mi ignorancia. Siempre ha sabido defenderme de ellas y hacerme entender, expresándose con claridad y sin ambages.
Por todo ello, te estoy agradecido, gordo.
Recuerdo que hubo una época, en una de mis vidas anteriores, que mi excesivo trato y manoseo lo dejó maltrecho. También recuerdo que, por entonces, una hermosa mujer que conocí en Alemania, Gabriela, lo reparó en el taller de encuadernación en el que trabajaba. (¡Qué bien hecho aquel arreglo, con qué cariño y cuánto esmero!).
Por ello te estoy agradecido, Gabriela (ni siquiera tú sabes el regalo tan gordo que me hiciste).
Hoy, el gordo me ha pillado en un renuncio: estaba leyendo un libro, me he topado con una palabra desconocida, he levantado la vista del libro y le he mirado de soslayo. Rápidamente he vuelto a leer, me ha dado auténtica pereza levantarme. El caso es que Él se ha dado cuenta. Y ha debido sentirse rechazado, porque han empezado a saltársele las palabras a borbotones, brotaban de sus hojas cayendo por sus 913 cantos.
Goteaban palabras amargas como inverecundo, curiosas como superferolítico, complejas como mentempsícosis, vistosas como jarapellina, nobles como lambrequín…
El pobre, estaba tan desconsolado, que no sabía lo que decía. Lo he cogido entre mis manos, he acariciado su lomo, y he buscado unas cuantas palabras para tranquilizarlo, algunas tan cariñosas como arrumaco, otras alentadoras como predilecto, o cómplices como compinche, y para quitar hierro al asunto también algunas divertidas y sonoras, como gorgorito…
Después he regresado a su sitio las palabras que se le habían escapado y he vuelto a colocarlo en la estantería, junto a sus libros preferidos, Palinuro de Mexico de Fernando del Paso y una biografía de Napoleón de Emil Ludwig.
Y allí se ha quedado. Al parecer callado.
El gordo y yo hemos compartido un momento de flaqueza. Según Él, de hipostenia (la palabra con que me topé y pretendía pasar de entender).