arte del dolor contemporáneo
La imagen tallada, pintada o narrada de un Jesús agónico y sangrante, proclamado rey con una corona de espinas y siendo mortificado y clavado en una pesada cruz de madera, o el descendimiento de su cuerpo, ya inerte, para ser entregado a una madre destrozada y ahogada en lágrimas, son motivos más que suficientes para sobrecoger a los cristianos desde hace la friolera de 2.025 años. (Bueno, unos 33 ó 34 años menos). Más allá de la literatura de los textos bíblicos, son cientos, miles de tallas y cuadros de magníficos artistas los que han inspirado y generado en los cristianos una lástima tan grande, que pienso ha sido y es capaz de justificar el mayor de sus dolores y la peor de sus fatalidades. Y, lo mejor, también de generar un sentimiento de compasión por “el otro” que ha ayudado durante siglos a mantener la fe reforzando esas cosas tan de Cristo como son la compasión, la caridad y, en mayor o menor medida, el amor al prójimo.

Los Judíos, como no creen en la crucifixión del nazareno pareciera que pasan ampliamente del dolor y de la compasión que genera el sufrimiento ajeno (aunque es curioso, que no del propio). Para ellos Jesucristo tan sólo fue un rabino o un profeta de su tiempo, así que siguen esperando la redentora llegada del Mesías. Mientras tanto, ellos fabrican o compran armas, bombas, escudos antimisiles y todo lo que haga falta para defender su circundado y circuncidado estado. No debe ser fácil vivir en la boca de un lobo; como cristiano, puedo imaginar y entender el desasosiego que ello representa, incluso aceptar que traten de extraerle los colmillos a una fiera ciertamente feroz; pero de ahí a exterminar a toda una manada empezando por cargarse a los cachorros, hay un trecho.
Es una pena que para los judíos el arte religioso implique pecar de idolatría. Si no, quizá otro gallo nos cantara. Que yo sepa, tampoco tienen muchos motivos para crearlo, y… la verdad, la Estrella de David no es que resulte muy conmovedora.
Aunque tampoco los protestantes dan valor a las representaciones y las imágenes, y por eso, tal vez, parezcan más fríos y distantes, al menos, a ellos la Biblia también les acerca al sufrido dolor de Jesucristo y debe ser por eso que muestran una actitud más solidaria con el prójimo. Especulaciones mías.

Las imágenes y noticias que llegan de Palestina en general y de Gaza muy en concreto, son perturbadoras porque son fruto de unos perturbados y de una perturbación permanente… ¿justificable?
No lo sé, pero la imagen del Cristo doliente lleva 2.025 años pesando en nuestras conciencias, mientras que las impactantes imágenes del sufrimiento de los gazatíes, no duran en nuestras conciencias ni dos minutos. En la de algunos no llegan ni a calar. Y diría que hasta son calladamente celebradas.
Cuesta creer que un pueblo que sufrió un intento de exterminio, que ha llorado ante las imágenes de millones de judíos esqueléticos gaseados, fusilados o quemados y enterrados como si fueran basura, pueda estar repitiendo aquel infame holocausto ensañándose con otro pueblo, menos próspero de lo que fue y es el suyo, con una población en la que se infiltran terroristas que no surgen de la nada pero que nunca pueden representar el todo: un niño sin padres que cuida a su hermana menor, un anciano incapaz de masticar porque no tiene ni dientes ni familia, un enfermero con ojeras de noches y noches en blanco y rojo mortal, una joven que forcejea con miles de hambrientos para alcanzar una gota de agua o una migaja de pan de una ridícula ayuda humanitaria, un periodista que busca hacer justicia mostrando la verdad oculta bajo los escombros, un padre, una madre, un hermano desgarrados ante la mortaja de un cuerpecito que no llega al medio metro de longitud, mientras sus lágrimas caen dibujando regueros de amargura en sus polvorientas mejillas y se encuentran irremisiblemente atrapados en un mundo devastado… Todos representan el cuadro, la talla o el relato más conmovedor que “el arte del dolor” contemporáneo puede ofrecernos. Y para entenderlo, no hace falta ser un entendido.
Un candidato a Nobel de la Paz dice conmoverse al ver las imágenes en la televisión norteamericana mientras propone desplazar a millones de personas de sus tierras y crear en ellas otro destino turístico de lujo en el Mediterráneo, mientras vende armas y bombas a Israel, armas y bombas que acribillan y masacran a refugiados en campos de miseria improvisados.
Siempre he pensado que cualquier autoridad con capacidad de tomar decisiones de esas que son decisivas, antes de firmarlas y ordenar que se activen, debiera ponerse en el pellejo de aquellos a los que va a afectar directamente cambiando sus vidas.
¡Dios!… qué imagen tan poco conmovedora del dolor sería ver vagar al imperturbable y resentido Bejanmín, o al soberbio y engreído Donald, o al perturbado y delirante Vladímir -además de otros muchos- entre montañas de escombros, y forcejear bajo un sol de injusticia por un cacillo de sopa en una de las colas del hambre, y dormir al raso en un campo de desplazados oyendo caer bombas entre lantos y alaridos de mujeres y niños. ¡Oh, Dios, cuántas guerras se evitarían!
NO son necesarias tallas ni pinturas, ni siquiera hace falta leer la Sagrada Biblia para entender que hoy día hay imágenes que hablan por sí solas de un dolor infinito y de la más bárbara de las ignominias.
El arte del dolor contemporáneo tiene grandes maestros. ¡Qué Dios no les perdone!
Ah, y que Allah no sienta bondad alguna por quienes secuestran y matan inocentes.
Amén.