el cambio impla…cable
Ha llegado el 5G, la quinta generación de tecnologías y estándares de comunicación inalámbrica. ¡Qué bien suena eso!… Qué bien se ve lo que nos sobreviene a lomos de un progreso galopante, un devenir que se podría considerar totalitario; su aprobación aún no ha sido sometida a un sufragio que realmente debiera ser «universal».
Algo que se escapa a la razón, no permite otro camino.
Es fantástico y una suerte estar a la vanguardia, apuntándonos a todos los hitos que jalonan el caminito por el que avanzamos hacia un destino que se vislumbra inquietante. Es maravilloso saber lo ancha que tenemos ya la banda, lo fiables que son las comunicaciones, la barbaridad que ha bajado la latencia: ¡¡En torno a 1 ms (milisegundo) frente a los 20-30 ms propios de las redes 4G!!… ¡Imagínate!
El progreso es un obseso. Sí, un perturbado al que le repulsan la calma y el equilibrio, un integrista, un fanático interesado únicamente en que llegue a todos su incuestionable propuesta de futuro, y cuanto antes mejor. El progreso es una especie de psicópata afectado de… parónofobia (del griego <parón>, aversión al presente. Me lo acabo de inventar, pero no voy a ser yo menos imaginativo).
Todos los que encarnan su espíritu – y compiten afanosamente por liderar el ranking del próximo Índice mundial de Innovación 2022-, sueñan con un nuevo paradigma de realidad «nadarreal»; impulsado por la tecnología, hoy, 5G, la nanorobótica, las nuevas formas de codificación (QR), el sueño de la teletransportación, la computación cuántica, o el revolucionario proyecto del Metaverso, que quita el sueño a tipos como Zuckerberg, Moskovitz, Saverin, Elon Musk, Ellison… (en sus ojos, inyectados de algoritmos, terabytes, backups, cachés, cookies, metadatos y… yo diría que hasta de metadona, puede verse la locura).
A estos tipos no les mueve el dinero – ¡son archimillonarios! -, sino el placer de transformar constantemente la realidad creando otra, alternativa, paralela, que nos mande inevitablemente al punto limpio más cercano para que nos reciclen hasta desaparecer.
Son pequeños dioses jugando con el destino de los humanos. Pero a mí lo que más me perturba es su ritmo. El mundo no está preparado para ir tan rápido como ellos proponen, como ellos idean en sus irreales valles de virtualidad y avatares. El argumento de los que les siguen el juego – el videojuego, diría yo -, es siempre el mismo:
“Pero es que… el futuro ya está aquí, no podemos quedarnos atrás.”
La verdad es otra, y la recoge mucho mejor otra frase:
“El futuro ya está aquí , y te callas y te jodes, porque te lo impongo por narices.”
Depronto, he entendido el salto mortal que se pide a la sociedad. Frente a una pared cualquiera, en una calle desconocida de una ciudad de 80.000 habitantes. Una pared repintada para ocultar la verdadera realidad de su tiempo. Una pared cableada a trompicones para enchufarnos al “lío” en el que ya nunca cesarán de meternos.
(Tiene poca gracia, pero, esa pared, me ha recordado una de esas señoras repintadas y maquilladas exageradamente que tratan de ocultar la verdad de su edad).
No, no estamos preparados, insensatos. Esta constante transgresión no hace sino ahondar en las diferencias entre unos pueblos y otros, entre unas clases y otras, entre unos individuos y otros.
Qué impulsiva y fastidiosa es vuestra forma de entender la evolución. Más que “evolución” vuestra propuesta es la “implosión”, una imposición explosiva y bárbara, implacable y sin miramientos, y casi siempre descontextualizada. Es como cuando se organiza una zampa en una empresa; los cuatro que ganan un pastón, apuestan, sin morderse la lengua, por un menú de 80 euros, los que están abajo en el escalafón, tragan saliva y comentan “con uno de 30 euros sería suficiente, ¿no?”. Y los que cobran un sueldo de mierda, o sea, la mayoría, expresan sotto voce: “Yo llegaré después de la cena, a tomarme, si eso, una copa”.
Los “sotto voce” no tienen nada que hacer. El cambio, tiende a arrinconarlos como trastos viejos, a apartarlos de la vida tal y como la recibieron y entendían.
«Tronco, hoy no se puede serguir siendo «alámbrico».
Esta transformación que lleva tiempo en marcha, va a ser implacable con la inmensa mayoría; sí, pero además, la minoría que mueve los hilos inalámbricos de nuestro destino, no tiene el más mínimo interés en que, además, sea impecable.
Extraordinaria reflexión Carlos, los avances tecnológicos siempre han sido históricamente malversados por cuatro gatos gordos, desgraciadamente esta vez la brecha entre los que sólo iremos a tomar café va a ser exponencialmente desorbitada. Seguiremos expectantes a este burdo circo incontrolado. Un saludo y gracias por compartir.
Gracias a ti, Manuel, por hacer sentir que uno no anda solo analizando y preguntándose el «porqué» de tanto absurdo en este disparatado y frenético mundo. Un cordial saludo.
El hombre aplastado por 5G, la información, la informática, la minería de datos, la ciencia de datos, datos, datos, somos un código QR.
No, no somos eso, Pruden; eso es lo que se quiere que seamos. Somos mucho menos que todo eso, pero algo más importante; somos algo menos cuantificable, pero mucho más incalculable; somos menos digitalizables, pero, con nuestros dedos, mucho más digitales. En fin, que de código tengo la Q de Querellante, y de R, Rebeldón.