darnos un piñazo
Iba por la calle, leyendo mensajes en el maldito móvil, cuando me he dado un piñazo.
Y no es broma. Me he tropezado con un montón de cajas apiladas repletas de piñas putrefactas.
El tufo a trópico en descomposición ha debido transformarse en psicotrópico. Porque ha penetrado en mí y ha dado pie a un delirio sin límites tras esta pregunta…
¿Paso o me “paro” un segundo?…
“Me paro” -he respondido-… Pero ha sido un me “paro” de “parir”, que es como “darse a luz” uno a sí mismo… que es como “encenderse” para tener una “idea” clara de lo que estás viendo… O sea, conseguir que se te “ilumine la bombillita» ésa que tienes en el…
… (Basta, esto es un derroche de energía innecesario).
Volviendo al tema: decía que me he quedado colgado delante de un cargamento de piñas. Y que me he negado a pasar de largo y convertir el hecho en algo insignificante, por muy de paso que me haya pillado y por más que haya tenido lugar en una de esas esquinas en las que acostumbras a ver la basura que siempre dejan algunas galerías de nuestra llamada alimentación.
Las piñas no sé si serían transgénicas, pero la etiqueta garantizaba que eran transoceánicas. De un país en cuya costa la fruta sabe rica. ¡Y pensar que han recorrido miles de kilómetros para venir a corromperse a la cochambrosa esquina de una callejuela de un pequeño pueblo de mi país!
El alucinante hedor a piña me ha llevado a pensar que tampoco hay tanta diferencia entre las piñas centroamericanas y los pobres norteafricanos. Unas las embarcan en cajas de cartón a miles de kilómetros y a otros los embarcan en unas cajas llamadas pateras y en una aventura suicida que, en el mejor de los casos, les permitirá acabar deambulando por las accidentadas calles de un occidente donde también se acabarán pudriendo de asco.
¡Qué más da ser fruto del lucro, que fruto del engaño!
Como decía mi abuela, “hijo, eso es un pecado”… Y yo añado: abuela, además, “capital”.
El mundo está herido de sinsentido, y de sinsentimiento.
El dinero tira a dar y a placer, donde más duele.
Somos víctimas de una “escalada” frenética, la misma que lleva a las cimas de un Everest en cuyas faldas puede verse nuestro mundo en descomposición. Allí, cuando a la nieve le da por “derretirarse”, emergen auténticos vertederos en los que podemos ver latas de sardinas pescadas en el Atlántico Norte, botes de cacao recolectado en las regiones ecuatoriales, envases de leche condensada en alguna multinacional centroeuropea, blísteres de cárnicos de un vacuno alimentado en el hemisferio sur con piensos producidos en la América del Norte, donde trabajan con maquinaria alimentada a su vez con el mismo fuel que se extrae de la Península Arábiga para producir las bolsas de plástico donde imprimirán el logo de una famosa cadena de hipermercados francesa donde precisamente hacen su compra todos los días millones de «alpinistas» que luchan coronar la cima del progreso.
¡Lo que puede dar de sí una piña en descomposición!
Me he dado media vuelta, considerando que hay que frenar y reconducir esta superlativa agonía que es el progreso, y que nos tiene los días contados, porque sólo habla del “MÁS” y se olvida nombrar el “MEJOR”. Colosal engaño de consecuencias ya imaginables, aunque sólo sea porque están a la vuelta de la esquina y a la maldita vista.
Vamos de cabeza a darnos un piñazo.