ejercicio de asimetría callejera
Depronto, la calle puede convertirse en un burdo eje de simetría para dos puntos de vista equidistantes y, sin embargo, asimétricos.
El otro día, yendo por la de un pueblo muy gallego, así lo entendí.
Me topé con una mujer sentada a la entrada de su casa y no pude reprimir el impulso de quedármela: aquella imagen me lo pedía a gritos con su pose de madame solitude. Sin embargo, en cuestión de segundos, entendí que no fue ella, si no yo en la equidistancia el atrapado.
Tenía suficiente edad para ser gallega de toda la vida; en algún momento de ella tuvo que ser bella y rubia, en ese instante sólo mostraba su fortaleza; una cara de púgil perdedor sugería algo muy próximo a la picardía, y el majestuoso porte que exhibia allí sentada, contrastaba con su pobre trono: un escalón, el que daba pie a la casa. Arreglada sin más florituras que las de su vestido y asomada a un solecito medio remilgado, parecía descansar en el umbral de su puerta, entreabierta, entre críptica y rematadamente cursi; persuadida por su aspecto de amazona de Esmirna, montaba -a lomos de su pétrea cabalgadura- guardia ante lo inesperado, y con la curiosidad casi impertinente del que vive de las conjeturas que entre los aldeanos siempre despiertan los forasteros, me miró.
Entonces, pasó de reposar a posar para mí.
Me quedé mirándola y, sin pensarlo dos veces, le hice una foto mientras decía para mis adentros: mira qué a gustito está esta emperatriz de la nada, esta reina de la más absoluta de las modestias, he aquí una verdadera soberana de “tengo todo el tiempo del mundo”… (aunque podría haberme puesto más profundo y haber pensado que se trataba de la musa que podría inspirar el mejor retrato de Eladio Mosquera, o de la instantánea más hechizante de Sebastião Salgado o, sencillamente, de una portada estupenda que el destino brindaba al próximo número especial sobre Galicia de Lonely Planet).
Nada de esto hubiera pasado por mi cabeza de no ser porque el guiño de su ojo más desvergonzado me paró desatando con su pose mi fantasía.
Aquella reina de Inglaterra en su particular Buckingham descascarillado, me miró entre coqueta y burlona, otorgándome una especie de indulgencia plenaria para fotografiarla y, al yo hacerlo, convertirme de paso en… protagonista de una especie de íntimo y delirante cotilleo. Pude sentirme mosca que cae en las dulces fauces de una planta carnívora, ávida de alimento. Esa mujer prefería “la realidad» de los viandantes, aunque fuese postiza, antes que cualquier crispado magazín de TELE5.
Entendí que aquella tarde me había elegido a mí, y que, a partir de aquel momento, era yo el que posaba para ella porque ya había empezado a dibujarrme (o puede que radiografiarme).
“Éste debe vir de moi lonxe, pola pinta creo que ten que ser un “jodechinchos”… Sí, porque polo aspecto da súa cara e mans, non está feito para o traballo do mar nin da terra. Mira, parécese moito a un que hai anos foi correspondente de TVE en países onde houbo guerras; ¡Ai que digo, é o mesmo que o uruguaio das cancións que tanto lle gustan á miña sobriña Carmen!… Dame que non ten familia porque paréceme sen vida, ¿estará separado?… Por suposto, os fillos estarán coa súa muller. Parece que ten pinta de boa persoa, pero hai algo inquietante o seu rostro…¡Aínda é un maltratador e ten a orde de afastamento da súa muller! … Mírao, e descarado, non debo estar moi equivocada… certamente non.”
Yo por mi parte (al otro lado de aquel eje empedrado), sentí que ella me enredaba en un ejercicio de simetría tan absurdo como inútil:
“Qué triste manera de llenar una vida vacía… Será una viuda, la viuda de algún “mariñeiro”, seguramente murió faenando durante un temporal feo en el Gran Sol; habrá tenido que sacar adelante prácticamente sola a cuatro o cinco hijos -por eso se ve tan recia-, luego se le habrán ido todos poco a poco a la ciudad o al extranjero… y hasta no hará mucho que se le fue el único que le quedaba en casa, “o can”, porque no lo veo por ningún lado; seguramente habrán pasado años hasta que descubrió que la calle tenía más interés que el propio salón de casa, con su televisor de 40” y todos los viejos retratos de familiares muertos; allí, sentada en el escalón de la puerta, seguramente mientras zurcía, debió hablar con alguno que se le acercó con cierta frecuencia y con intención de algo más que «falar»… Alguno como Venancio, ése que me arreglaba el cortacésped y que estaba loco por volver a tener mujer… La cortejaría a su manera pero nunca llegó a pasar del umbral de la puerta, ella lo rechazó con cualquier pretexto… Igual hasta decía a las vecinas más lenguaraces que tenía mal aliento y que por eso no lo quería dentro de su casa… Seguramente.”
Debe ser así: los ejercicios de asimetría básica están a la orden del día y… si te paras a pensdar, verás que al cabo de la calle.
Mira a ver por dónde andas, que siempre te puedes topar con uno. O con una. Y con un ejercicio de asimetría callejera que no pasa de ser una absurda curiosidad.