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el afinador de cuchillos

Esta mañana me ha llevado al balcón un sonido más lejano en el tiempo que en el espacio; de hecho sonaba a unos pocos metros de la puerta de casa; de hecho he sentido que lo tenía tan cerca que lo llevaba dentro.

Ha sido el chiflo de «EL AFILADOR». Esa especie de flautín estridente y de pocas notas (creo que siete), que los pocos afiladores que aún quedan, van soplando por las callejuelas para hacerse notar y animarnos a dar una segunda oportunidad a cuchillos y tijeras romos y mellados que guardamos en el fondo de los cajones.

el afinador de cuchillos

(Fotografía de hapephotographix)

Casi no llego a tiempo. Lo he visto de refilón, antes de perderse por una esquina. Iba andando con parsimonia, con un viejo sombrero de paja y empujando una de esas bicicletas tuneadas que sirven más de taller que de medio de transporte. Mientras la llevaba por el manillar con una mano, con la otra, apoyándolo en su labio inferior, iba haciendo sonar su chiflo con una maestría asombrosa. Parece imposible que siete simples notas puedan dar tanto de sí. La claridad del sonido que arrancaba el tipo a esa diminuta flauta de pan –y que yo de chico compraba en los quioscos por cuatro perras-, la agudeza de las escalas, la originalidad de los sostenidos y lo oportuno de los silencios que producía su elemental melodía, me han dejado pensando en el triste privilegio que es poder asistir a la desaparición de algunas de las profesiones más entrañables de un pasado que sigue presente.

Pero volvamos al Paganini del chiflo.

Este afilador me ha dado una lección con su flautín plano, me ha arrastrado como un pequeño ratón seducido por Hamelin hasta el acantilado por el que caemos en la cuenta de lo más elemental: la pasión, la creatividad y la audacia determinan el carisma y son el principio del éxito. Por eso un mismo negocio triunfa en manos de unos y fracasa estrepitósamente en las de otros.

Este hombre entiende que «afinar» es más que «afilar», y que su reclamo es la mejor campaña de publicidad que puede hacer de sí mismo. No sé cuantos cuchillos o tijeras habrá afilado hoy, pero estoy seguro que nadie ha pasado por alto lo mucho que ha afinado el afilador.

Tanto, que no me lo pensaría dos veces, pondría en manos de este sanador de armas blancas mis cuchillos con menos futuro.