etiquetados
No sé qué etiqueta ponerle a alguien que tiene la fijación de dejar sine die el adhesivo con el precio a las cosas que compra. Conozco a alguien así y ahora estoy venga a darle vueltas a la cabeza a ver si doy con una palabra que defina esta… rareza.
¿Y si llamo a este absurdo capricho adheromanía?… ¿Por qué no?…
Pues bien, conozco a un adherómano. Alguien que prefiere que sea el tiempo quien libere a sus cosas de ese pegajoso “sambenito” que son las etiquetas.
Es como si, todo lo que compra, disfrutase viéndolo en su casa tal y como lo encontró en la tienda. Da igual que sea una camiseta, un libro o una taza de té. Siempre aparece pegada o colgando la etiqueta con el precio, el código de barras o la talla y demás información del fabricante.
¿Qué molesto verdad?
Me pregunto cuál será el porqué de este “descuido” tan irrelevante pero patente. ¿Será dejadez, o responde a una cuestión de intencionalidad?… ¿Será una especie de extraño respeto a la “virginidad” de lo material?… ¿Será señal del deseo irrefrenable de estar estrenando permanentemente, o, tal vez, miedo a que los objetos se cuelen en la esfera de lo personal y se conviertan en un rasgo de identidad que les cree dependencia?… ¿Importará mucho?… ¿O será tan sólo eso, una rareza?
En mi caso, sufro de lo contrario: me falta tiempo para eliminar cualquier signo distintivo que no lo marque exclusivamente el uso. Lo primero que hago es quitar las etiquetas o pegatinas para que deje de ser ese frío producto que encontré en el mercado, junto a decenas de ellos iguales. Parafraseando a Karl Marx, pienso que “la manera como se presentan las cosas no es la manera como son”, y añado, que éstas sólo empiezan a SER cuando son útiles. Sí, necesito establecer un vínculo afectivo para tenerles algún tipo de apego cuanto antes, y éste sólo llega cuando me sirven… Dios, a ver si lo mío va a ser un problema de megalomanía.
Sí, siempre se preocupa alguien de poner alguna etiqueta a los que sufren O NO, algún tipo de… fijación.
Te pueden tachar de clinómano, cuando disfrutas de ese extendidísimo “anda, déjame un ratito más en la cama”. O de crematómano, cuando tienes siempre en mente el dinero, el precio y coste de las cosas. Hay a quien, porque se lava con mucha frecuencia las manos, lo señalan tildándole de ablutómano.
Algunas pequeñas obsesiones son realmente inocentes y están aún por etiquetar: encender cerillas y aspirar con avidez el olor del fósforo quemado; evitar los asientos que han calentado otros culos; sumar y restar los números de las matrículas hasta obtener tu número favorito; agrupar por colorinches los M&M´s para comértelos en un orden cromático determinado…
¿Manías, caprichos, tics, peculiaridades?… La lista es larga y casi todas tienen su etiqueta. Me pregunto si “etiquetar” no será en sí otra manía que responde a ese afán por ordenar y llevar el control de todo; casi como en el caso de los glazomaníacos, esos que hacen listas interminables de música, pelis, frase… Pobre gente, “eres un glazomaníaco”… ¿No había otra etiqueta?
Seguro que tiene que haber una palabra que sirva para señalar a los que se empeñan en etiquetar a todo el que tiene algún tipo de fijación, sufra o no con ella. Yo despegaría algunas etiquetas que son inofensivas, algunas que no son otra cosa que… “una forma de ser como otra cualquiera”.
Oye, ¿y si llamamos a los “etiquetadores” estigmomaníacos?
Genial, ésa les pega.