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hombre enamorado

Oct 2, 2025

Qué difícil a los 60 definir qué es estar enamorado y qué fácil a los 4. 

Por lo visto, cuando un hombre se enamora siempre esboza una sonrisa amplia y un tanto estúpida, los vellos se le erizan sólo con estar cerca de la culpable de su evidente y compulsivo desorden, y las mejillas se le arrebolan con facilidad dibujándole coloretes; el hombre enamorado tiene una mirada desconcertante, como extraviada, presa de un resplandor lunático porque sus ojos aúllan corazoncitos al pestañear… Ah, y veo que la inmensa felicidad que siente y que no le cabe en el pecho, hace que vaya por la vida con los brazos abiertos de par en par.

dibujo de hombre enamorado según Leo.

Leo hizo este dibujo hace unos años, un día después de la tarde que salimos a pasear y en la que, a él y a su hermano Noel, les dio por revelarme los secretos de su corazón.

Muchas veces he contemplado esta pintoresca interpretación de mi nieto Leo y admito que su dibujo, a su vez, nunca dejó de dibujar en mi rostro una sonrisa, un tanto boba, quizá. Pienso que tal vez sea por el orgullo que me provoca el ser abuelo del artista, aunque diría que es más por la admiración que me sigue causando su perspicacia. Es sorprendente lo acertado que puede llegar a ser el diagnóstico de un niño de 4 años y lo facultado que a esa edad se está para retratar la sintomatología de un hombre rendidamente enamorado.

He guardado y sacado muchas veces la lámina de una carpeta en la que tengo unos cuantos dibujos de mis nietos. Hoy he vuelto a tropezar con ella y a observarla. La sostenía en mis manos cuando…

… depronto he visto que los labios de aquel hombre-garabato balbucían temblorosos. He pensado “Karlosi, se trataba de una alucinación pasajera”; pero no, aquel monigote se estaba animando a hablar conmigo. Desde la más absoluta perplejidad no me ha quedado otra que prestarle atención. El hombre enamorado, suspirando, se ha arrancado con una pregunta:

Aaaay¿nunca has estado enamorado?

Sin dar crédito a lo que veía y sobre todo oía, le he respondido con otra pregunta -tan escueta como absurda-:

¿Yo?

-Sí, claro, tú, no veo a nadie más con quien hablar… ¿Alguna vez has sentido que tu cuerpo se llena de mucha mucha alegría, que algo te da patadas por dentro y hace que estés blandito por fuera, y que además hace que veas, oigas y sientas distinto cuando… ?

-¿Estás cerca de la chica que te gusta? -he anticipado-… Tal vez. Bueno… perdona, no debo mentir: sí, sí que me ha pasado; pero vaya, que eso ya fue hace mucho, precisamente pertenece a eso, al pasado.

¿Al pasado? -estaba claro que el monigote no iba a renunciar a ninguna de sus preguntas-. ¿Es porque ya estuviste casado de joven? ¿O es que ya no les pasa a los abuelos?… ¿De verdad tú ya no vas a enamorarte nunca más?… 

-No sé, no lo pienso. Y a ti qué más te da.

Estás volviendo a mentir, seguro que lo has pensado -afirmó yo diría que molesto conmigo-. Es que es bonito, todo el mundo tiene que quererlo. Yo me siento como… como un Lego destrozado y esparcido por el suelo, y cada pieza siente que puede construir otra cosa más grande y mucho más bonita. Me pasa con Greta. Es de mi clase. Me gusta cómo le huele el pelo, y cómo me mira, y cómo columpia los pies en la silla de la biblioteca y cómo se ríe cuando cuenta que su perra “Cuca” se ha hecho pis en la zapatilla de su madre… Pero no le he dicho que me gusta, sabes; -ruborizándose mucho– es que me da vergüenza.

De inmediato me he convertido en su tutor. 

Supongo que temes decepcionarla, y que te rechace, y que puedas perderla, y que tire por el suelo las piezas del precioso Lego que te estás montando con ella. Yo creo que debes ser valiente y decírselo. A lo mejor tú también le gustas y hasta puede que quiera darte un beso.

Algo más que animado me ha soltado:  -¿Jo, y cómo se lo digo?  

He continuado intentando montarme mi propio Lego. -Pues… ¿qué te parece si le haces un dibujo que le diga que te gusta y que estás enamorado de ella? –

Sorprendido y abriendo mucho los ojos, me ha aprobado la idea-. ¡Me parece genial!

-Y luego lo firmas, claro –añadí-.

De inmediato reculó-. ¡Pero si lo firmo se va a enterar que soy yo!

-¡Qué cosas tienes, de eso se trata, hombre! -quise intentarlo con una lógica imposible para un enamorado de 4 años-.

Ya, pero… es que no quiero que lo sepa. ¿Y si no le gusto?… Me moriría de vergüenza.

Lo tenía claro, prefería mantenerse en el anonimato y vivir su amor a escondidas.

Por qué será que esa cosa llamada amor, ni siquiera en ese momento de la vida en el que prevalecen la mayor espontaneidad y naturalidad del mundo, nos permite declarar a los cuatro vientos aquello que con evidente facilidad se puede leer en nuestro rostro y que Leo vio con tanta claridad en el de… vaya usted a saber quien.

Leo hizo su dibujo y yo he guardado al hombre enamorado y su gran secreto en un cajón durante años. Los mismos años que mi capacidad de amar ha permanecido en barbecho y bastante antes de que mi corazón estuviera en un tris de pararse.

Oye Leo, hoy mismo y antes de acostarte, me tienes que enseñar a dibujar un hombre enamorado.