los últimos estertores del agua
A veces pienso que, a su manera, las cosas lanzan mensajes. Y en ocasiones, algunos son tan claros como el agua. Ayer, precisamente, entendí que ella, el agua, se está ahogando y no sabe ya cómo pedir ayuda. Y que quizá sea porque a los únicos que podría recurrir para salir a flote, son los únicos culpables del mal trago por el que está pasando. Ayer, por el caño de una fuente, el agua pedía auxilio desesperadamente y entendí que de la única forma posible: lanzando gritos a borbotones. Nadie se detuvo a escuchar su lamento, nadie quiso entender el hondo aprieto por el que nos dice estar pasando, nadie.
Los que están más atentos aseguran -incluso auguran- que en 20 años la mayor parte del planeta carecerá de suficiente agua potable. ¡Qué difícil entender semejante afirmación!, suena más a fatalismo que a fatalidad… ¿Cómo es posible llegar a ese extremo si 3/4 partes del planeta son agua, si nunca podrá escaparse de este mundo ni uno solo de los 1.234 millones de billones de litros de H2O que subyacen, bañan o inundan La Tierra?
Si nos detenemos a pensar, veremos que tiene todo sentido: la sal impide que el 97% del agua existente sea potable; el frío polar hace que un 2% de esa inmensurable cantidad de litros se encuentren helados -de momento-; y el resto, que sólo es un 1%, es lo que nos queda. Lo que sin duda no es suficiente para atender las infinitas necesidades de agua que tiene este mundo. Y es tan verdad como que -¡oh fríos y hasta escalofriantes datos!- sólo para llegar a esa acostumbrada taza de café que nos sirve de desayuno, se precisan en total 130 litros de agua, para producir un kilogramo del necesario pan nuestro de cada día son empleados 1.608 litros de agua, para fabricar una mera camiseta de algodón la industria requiere 2.500 litros de agua, para permitirnos la compra de un kilo de carne hay que restar, nada más y nada menos, que 15.000 litros a ese «insignificante» 1% del agua potable que hay en el planeta. Agua que se reparte una población para la que las medias estadísticas son poco significativas, puesto que hay tanta diferencia según donde la busquemos que encontramos países hasta con 10.000 veces más agua que otros (desde luego no es lo mismo vivir en Canada que en Dubái).
Si lo piensas, entenderás que no están locos los que vaticinan que en el cercano 2025 dos de cada tres individuos no encontrarán lo que buscan cada vez que abran el grifo, y que ese día 1.800 millones de seres humanos sufrirán una escasez absoluta de agua y habrá mucha sed.
Seguir sin escuchar la realidad del agua sí que es una locura, una locura que, si no lo remediamos, pronto acabará en un suicidio colectivo.
Hasta ahora el agua se limitaba a evaporarse para llover y fluir. Ahora ha empezado a hablar para dar señales de un desalentador agotamiento. Ayer oí los estertores de una voz profunda, paradojicamente seca, gritando “ayuda, me ahogo”… “parad, no sigáis así, mi agonía será la vuestra”.
Aunque no hay elección, no me gustaría estar en nuestro pellejo. No quisiera tener que renunciar a la frescura, la pureza y la suerte de un vaso de agua para calmar mi sed, al placer de una ducha caliente cuando llegue el invierno, a la suerte de ver brotar los tomates cherry de mi ensalada… Si seguimos lavándonos las manos como hasta ahora, pronto no podremos lavarnos ni los dientes… Y eso tiene guasa, justo los dientes son una de las pocas cosas que no necesitan hidratarse, por lo que no se evaporarán una vez hayamos desaparecido.
Aunque no lo reconozcamos, suenan los últimos estertores de nuestro mayor bien. Ayer pude oírlos.
Ahora yo quiero ayudar a difundir su mensaje: basta de pasar de largo, escucha bien lo que te dice el agua, es hora, te toca mojarte.
Fantástico
Tiene un pase y un buen motivo.