matemáticamente feliz
Digamos que tengo “X” años y que acabo de darme cuenta que ya nada es lo mismo que antes, cuando aún contaba con “X-1″.
Contra pronóstico, he descubierto que ahora, las cosas tienen un valor más exacto. Por algo que se me escapa y que me eleva a otra potencia, agilizando mi capacidad de cálculo mental, y ayudándome a despejar muchas incógnitas enredosas.
No sé bien por qué, pero lo cierto es que “X”, aritméticamente, es una variable que suma al producto que uno ya era, unas cantidades de incredulidad y serenidad que me atrevo a afirmar dan un resultado 100% fiable al operar con el máximo común divisor de los sentimientos, el análisis infinitesimal de las promesas, el coeficiente reductor de las iniciativas… o el tanto por “cierto” de los compromisos más firmes.
¿Esto no dice nada, verdad?… Voy a desarrollar esta aparente imbecilidad.
¿A qué me refiero?, pues por ejemplo:
… me refiero a la intensidad de La Vehemencia. A los “X» años, su ímpetu cede en favor del equilibrio, del perdón, y de la facultad de relativizar y considerar que no vale la pena desangrarse por nada. A los “X”, la pasión se vuelve menos apasionada, sí, pero más interesante; se disfrutan más sus beneficios, tal vez, porque uno descubre de qué carne se alimentan el afán y la ambición, o porque uno ya no levanta el hacha de la certeza y acude disfrazado de verdugo a la sentencia inapelable de los juicios más sumarísimos: los prejuicios y las convicciones.
… me refiero a los significados en La Comunicación. Los “X” te permiten entender mejor al otro y detenerte en la letra pequeña de los detalles. Lees con ventaja, con las gafas de la experiencia -que son de aumento-, entre las líneas de la frente, y con las orejas aventando el trigo del discurso para separar el grano de la paja. Te conoces de memoria los argumentos de venta de los cínicos, la auténtica finalidad de las consignas, el verdadero espíritu de la bondad y la entrega desinteresadas. Y, además, hay un momento que las ganas de hablar dan paso a las ganas de escuchar.
… me refiero al sentido de El Amor. ¡Dios, El Amor con “X” aún existe!… Y se vuelve hermoso, y una suerte. Porque deja de ser instinto y el trámite desesperado de otras las edades; se vuelve más libre, sereno, tan convencido como convincente, y algo más objetivo (algún extraño circuito empieza a conectar el corazón con la razón). Uno llega a entender que los olmos y los ríos hablen con los poetas, alejándose de la banalidad y zafiedad de lo superfluo. Y en cuanto al sexo, éste se ve relegado a un honorable segundo plano; cosas más hermosas y sutiles le pone los cuernos: el silencio, el tacto, la complicidad y otros tipos de belleza como son la conformidad, la calma, la gratitud…
Y sí, a los “X” uno se puede volver a enamorar. Desde una extraña suerte de calma que viene de un interior más profundo, que usa palabras sencillas para significar lo mismo; la lengua se vuelve más comedida y el pulso de la sangre se acelera sin necesidad de verterse. Tal vez sea porque uno, por fin, entiende que el cuerpo sólo es un lugar común, mientras confirma que lo verdaderamente esencial reside en lo invisible, como tú bien sabes, querido Antoine.
Algunos los llaman sabiduría, otros vejez. Yo, prefiero llamarlo “X”.
Me hace más feliz.