meu fado
Sé que hay otras ciudades llenas de encanto, pero Viana do Castelo tiene tanto que cada vez que llego a verla, me embelesa más y más. (Embelesar supongo que vendrá de rendirse a la belleza de algo).
Sobre todo, si lo hago cuando es época de sardinas y está abierta la taberna de “Soares”.
Ayer la visité. Desnecessário dizer que está en Portugal. Ya lo he hecho -visitarla- otras veces. Tiene esa sencillez de las cosas que sin pretensión de nada, enamoran. Su ritmo pausado, la mesura y discreción de los vianenses, sus estrechas calles para pasear lento, por las que si circula algún vehículo rodado sólo son carritos de bebé, ese sutil tufo a pretérito que desprenden sus casas y negocios, su perfecta planicie y esa brisa constante, suave y lejana que, como un canto arrojado desde ultramar, llega rebotando por la superficie del océano hasta tus narices, hacen de Viana el lugar perfecto para desear una vida mejor. Tal vez los amantes del fado podrían decir que… para desear una muerte más feliz.
Cuando no esperas nada, siempre sucede algo. Y lo que ayer sucedió fue lo que vi, oí y depronto comencé a sentir.
Sentí cómo una voz se quebraba dentro de mí. Lo causó el llanto que gemía un joven cantando un fado verdaderamente bonito: “Meu fado meu”. El sufrimiento pasado de los más humildes y desgraciados no encuentra otro camino ni otro consuelo que tomar prestada la voz de algunos elegidos para provocar un deliquio de melancolía y nostalgia a quien escucha. Ayer debía tocarme a mí, porque me caló tan hondo que fue allí donde me llegó, allí, donde me ahogo porque no hago pie.
Leí que el término fado deriva del latín, de “fatum”, palabra que se refiere al condenado destino.
Ayer sentí el mío con efecto retroactivo oyendo “Meu fado meu”. Y me hizo sentir que me he pasado media vida fadeando penas lejos de Viana, desorientado, yendo por calles que no me llevaban a ningún sitio, aunque me hayan traído hasta aquí.
Qué triste esa especie de noche sin luz que habitamos sine die los que siempre sentimos más pena de la cuenta; los que vivimos enganchados a ella y con ella; siempre pesa y tiende a hundirnos; la tristeza y el sufrimiento van contra la ilusión y la esperanza de mantenerse a flote, alejado de oscuros e insondables fondos, contemplando siempre despejado un horizonte hacia el que dirigirse.
Por eso son tan de envidiar los optimistas, esos que rozando casi lo patológico, amanecen cada día eufóricos, esos que jamás encuentran motivo para quejarse por nada, esos que nunca se ven afectados por los tropiezos de andar por la vida, esos que siempre ven “the bright side of life”, que diría Monty Python.
Aunque algo -que debo ser yo- me hace pensar que, con la misma nitidez que su actitud siempre les permite avanzar, padecen una especie de severa incapacidad para asomarse al fondo de algunas cuestiones, lo que les lleva a pasar por alto los sentimientos más profundos, intensos y emotivos de esta vida, normalmente los auténticos agitadores de la creatividad más… no sé si íntima o intimidante: la literatura, el cine, la música están plagadas de ejemplos, como este “meu fado meu” que al oírlo me llevó a un oscuro callejón justo cuando andaba “vadeando” mi destino en Viana, justo cuando descubrí que, aunque me empeñe en lo contrario, ir “fadeando” siempre será lo mío.
Qué no se me enfade Viana, pero la próxima vez que quiera sardinas me gustará callejearla sin fados.
Ya sé, tendré que hacer un esfuerzo para que emerja el que no soy. Oye, si lo hizo un sordo, ¿cómo no voy a ser capaz yo de tararear en Viana el “himno de mi alegría”?