ojos de pollo degollado
Hay aquí, cerca, muy cerca del que va a ser mi nuevo hogar, un pequeño e improvisado negocio de asar pollos.
El establecimiento está en los bajos de un bloque de pisos bastante nuevo. Está rodeado de locales que aún permanecen tapiados, de esa curiosa forma curiosa que tienen los albañiles de cerrarlos y mantenerlos ventilados, es decir: ladrillo sí, ladrillo no, ladrillo sí, ladrillo no…
Se ve que el gran zócalo de futuros locales no termina de tener éxito y que lleva tiempo aguardando a que algunos espíritus emprendedores compren o alquilen, y monten.
Ayer, cargado con las cajas de la mudanza, pasé por delante del único negocio que hay… activo: “El rey del pollo”. Un rey sin muchos medios, porque, de todos, es el local más pequeño y más audaz; con un pincel, el mismo se las ha ingeniado para desarrollar la imagen corporativa de su marca.
El monarca de aquel solitario establecimiento, levantó por un instante la mirada de la prensa -que absorto reverenciaba- para que yo tomara la instantánea que delimitaba el marco de su puerta. Cuando ambos entramos en contacto visual, el tiempo se detuvo al punto. Me encontré con una mirada sin vida. Una mirada que no era suya porque era la mirada de un pollo degollado.
No había una sola ave asándose. Los rotores del horno estaban tan parados y las llamas del fuego tan apagadas, que daba lástima de aquel hombre desplumado por un sueño de futuro que, por lo visto, no funcionaba.
Al verme, ese hombre ha debido pensar “aquí llega mi primer cliente del día… o de la semana, o del mes, o del año”. El espíritu del alicaído monarca ha tardado muy poco en superar la melancolía que produce la frustración de reinar en un castillo de arena. Lo he sabido porque me ha sonreído. Ha sido un saludo de bienvenida a una remota «oportunidad de».
Rápidamente he entendido que ha sucedido algo tan lógico como maravilloso, algo que ha cambiado su sombría mirada: ha sido esa vecina gorda y risueña que vive en cada bloque de este inmenso barrio que es mi país. Esa gorda infatigable y oportuna que anima al personal cuando se viene abajo, precisamente a los locales donde se asan pollos y cuecen ilusiones.
“El Rey de los pollos” me ha mirado por un instante con los ojos prestados de “la Esperanza”.
Va a ser que el domingo para comer toca pollo.