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reconocimientos pre mórtem

Dic 4, 2021

A veces uno pide de desayuno lo que no está escrito.

… ¿Me pregunto de qué sirven las flores a un muerto si no las puede oler? ¿De qué las lágrimas si no puede sentir el dolor que al despedise para siempre produce el supuesto amor que le tienen? ¿De qué los recuerdos, de qué las palabras hermosas que inspira el expirado, si no va a poder emocionarse con ello?… ¿Será que necesitamos reconocer aquello que no fuimos capaces de concederle en la vida, o será que tratamos de contrarrestar de alguna forma la irreversibilidad de eso tan amargo que es morir, tan fatídico como es la muerte que nos espera?… De verdad, ¿todo esto es señal de respeto al difunto o más bien a la muerte?

bar de desayunos con esquelas

Mientras movía el café pensaba en ello y de tanto divagar acabé por imaginar qué ocurriría cuando me toque a mí. Me pregunté qué flores y, sobre todo, qué palabras me perdería en el más señalado de mis días. Pensé “qué pena, ahora que estoy más receptivo, nadie estaría dispuesto a anticiparse y tomarse la generosa molestia de ensalzar alguna virtud mía para que yo me sienta halagado en un momento que desconozco hasta qué punto se adelanta a ese día». Paré de remover y me dije: ¿por qué no hacerlo yo mismo?… Además -añadí para convencerme del todo-, si no lo hago corro el riesgo de que cuando llegue el verdadero momento nadie escriba esas palabras y me quede incluso sin reconocimientos post mórtem. Esos que tanto agradece uno aunque sea en una fría mañana de invierno y en fría carne ajena.

Me terminé de convencer cuando pensé: ¿no existen los autorretratos, las autobiografías, la autoayuda, la autocrítica, la autocomplacencia, incluso… ¡la autopropulsión!?… ¿No hace uno todo eso en vida?, pues… ¿para qué esperar a morirme? 

esquelas tras rejas

Empecé depronto a escribirme yo mismo esos reconocimientos que trataran de ensalzar lo que ya fui y me queda por ser antes de callar para siempre. Así fue la cosa:

“Ahora que nos has dejado, querido amigo, quiero que todos estéis conmigo y convengáis que Carlos fue básicamente una persona como otra cualquiera; aunque la afirmación quedaría muy coja si no añadiera también que, por otra parte, fue un tipo muy particular. A ninguno se os pudo escapar ese punto siempre exagerado que tenía, anticipándose a todo, cuidando las cosas, sobre todo ésas que identificaba con él mismo; tampoco omitiría el excesivo empeño que ponía en procurar una  perfección en la que no creía, o en ser siempre desmedidamente puntual. Intelectualmente fue un hombre… no está claro si de superficial profundidad o de profunda superficialidad; exaltado en sus sentimientos, con un concepto del amor muy propio -sí, quiso muchísimo, pero hay que admitir que a su peculiar manera-. Su impaciencia y su facilidad para la crítica determinaron más de uno de sus puntos de vista, desgraciadamente negativos. Sin embargo, tenía otros de signo tan conveniente si no hubiera sido porque resultaban demasiado altruistas: ¡qué gran mundo nos hubiera dejado si hubieran prosperado esas pequeñas cruzadas que a diario libraba! Fue amigo de sus pocos amigos, amante del verdadero amor, y a sus hijos los quiso patológicamente, tanto que no debió encontrar forma humana demostrárselo. Férreamente inseguro y dúctil, pero determinado. Tuvo un encomiable punto de locura necesario, pero tal vez insuficiente para haber llegado a saborear plenamente la subjetiva idea que él tenía de la libertad. Siempre se plegó a la voluntad de quién le suministraba esa dosis necesaria de cariño a la que… hay que decirlo, estaba  enganchado; y lo hizo a sabiendas de que, al final, esa debilidad suya siempre acabaría cavando la tumba de su independencia. Fue un romántico empedernido, “sublimador” de emociones y sentimientos, tan intensos como imprecisos. Impulsivo, persuasivo, vehemente… mentiría si dijera que no supo en todo momento poner los medios para alcanzar sus tantas veces equivocados fines. Cuando le invadía el optimismo en los mejores días del calendario, sabía como nadie alegrar la vida con su humor y sus ocurrencias. ¡Era una verdadera alegría tener la suerte de verlo contento!… Hablando de suerte, yo diría que fue más buena que mala la que siempre tuvo, porque sin saber buscarse la vida, siempre la encontró; no siendo otra cosa que un condenado impostor con bastante osadía. Lo que le bastó y sobró para que llegara a… aprendiz de grandes artes y maestro de niños pequeños. Nadie podrá decir que triunfó, pero menos aún que su vida fue un fracaso. Imaginativo pero torpe, negado y negacionista con el progreso y las otras cosas que siempre traen los nuevos tiempos, y que le indignaban porque le parecían una desconsideración -incluso una falta de respeto- a la existencia él decía que ya consolidada. Desenfocado visionario de turbulencias y nítido invidente de obviedades. Así fue. Y si tuviera que resumir aún más la existencia de nuestro querido Carlos, me aventuraría a decir que si no llegó a ser una buena persona fue porque se quedó en el intento… un fallido intento por causas desconocidas hasta para el mejor psicoanalista. Para concluir este inoportuno panegírico y hacerlo con un triste epitafio, yo diría que <fue una lástima eternamente lastimosa y lastimada>. 

Ahora voy a rogaros que guardéis el mejor recuerdo posible de él, como un pequeño e insignificante tesoro en vuestros corazones y que todos honréis en la medida de lo posible su memoria a lo largo de vuestras cortas vidas, recordando lo poco que os enseñó y esforzándoos en tratar de ser mejores personas que él. Ruego al Señor que, cuando llegue el momento, le brinde un innecesario descanso eterno y le haga partícipe de su ininterrumpida gloria”.

Esto  se me ha ido de las manos: ¡es la cosa más absurda y extemporánea que escrito en mi vida!

 (Sin embargo y en honor a la verdad,  gracias por tus palabras Carlos).