entre Zara y Zara… tustra.
Imagino que Dios debe elegir bien a sus profetas, de lo que no estoy tan seguro es si es consciente del impacto que tiene su palabra, sobre todo de algunas palabras que no llevan su copyright. Vertida a través de la boca de un profeta en prácticas, pueden llevar francamente lejos al que ande descarriado pero vaya mirando dónde pisa.
Me explico -incluso, a ver si logro hacerlo para mí mismo-. Hoy en la concurrida Rúa viguesa do Principe ha ocurrido algo que no voy a ser capaz de razonar pero que me es imprescindible contar.

Estaba paseando por dicha calle, sorteando puestos ambulantes, hieráticas esculturas humanas, malabaristas rodeados de chuchos abandonados… cuando me he topado con una especie de Zaratustra enfervorecido clamando al cielo en el pétreo desierto de una rúa que, por ser verano y peatonal, siempre está llena de gente. Abroncaba y alertaba, henchido de una ensordecedora fe, y lo hacía sobre las consecuencias que tendrá para la humanidad apartarse del camino marcado por su Dios e, imagino, el de la mayoría de los que por allí andaban. Gritaba y reprendía tanto que más parecía estar poseído por algún sádico demonio que por la suprema bondad del Gran Hacedor. Pero -sea dicho de paso-, como hoy la gente está saturada de prestar atención a los que tratan de llamarla y pasa ampliamente de charlatanes callejeros, hoy a mí, que siempre voy a contrapelo, me ha dado por lo contrario: detenerme a ver y oír. El caso es que, cuando más alto bramaba el enviado de Dios, una pareja madurita, bien vestida y adornada con accesorios a la vista costosos, ha pasado junto a él y le ha recriminado por el escándalo que estaba montando. Contrariado, el pobre diablo ipsofacto les ha respondido, eso sí, con cierta contención:
-“¡Oiga, qué es la palabra de Dios!” -¡qué bárbara y casi sacrílega razón!-…
Riéndose de la locura del pobre loco, la pareja ha continuado su camino negándolo con desdén y con la cabeza y dándose cierto aire de superioridad moral en base a que… a que… supongo iban dando un paseito tranquilamente hasta el Zara que justo había unos metros más abajo de Zara…tustra.

Me he quedado pensando que la palabra de los dioses sólo llega a los miserables, y que hay dos tipos de ellos: los que no tienen nada de nada y los que acaban por descubrir que tanto tener, al final, no les llena nada de nada. Todos terminan refugiándose en las promesas y la espiritualidad que ofrecen los etéreos dioses a través de su palabra, a veces encarnada en algún pitoniso como el tipo que tenía delante de mis narices. He considerado que, alcanzar ese grado de clarividencia que lleva el hartazgo de lo terrenal, no es algo fácil ni frecuente. El bienestar y la abundancia sin duda alejan de Dios, otorgando una especie de bula que pone a sus beneficiarios a salvo de cualquier obligación piadosa, de cualquier gesto que implique la humillación de tener que mendigar cosas como el perdón, reconocer la culpa, asumir la inmensa fragilidad del ser humano, o verse en la obligación de recurrir a piadosas fórmulas como el “gracias a Dios”, o “¡Dios lo quiera!”, o “vaya por Dios», o «¡Dios mío de mi vida!»”… frases huecas a las que indudablemente antes conduce la fe que el dinero. Por lo visto, aquella pareja no estaba para peroratas de un profeta del tres al cuarto, y sí más bien para hacer algunas compritas en el Zara de la Rúa do Principe. Es evidente que la nueva colección de otoño/invierno permitiría pensar en un futuro de colores “más abrigaditos”, en un futuro menos crudo y gris que el vaticinado por el «Jeremías” de la esquina.
Estaba plantado allí como un pasmarote, observando y divagando sobre lo que veían mis ojos y oían mis oídos, cuando algo ha venido a dar una dimensión virginal al espectáculo callejero. Montada en una pequeña bicicleta sin pedales ha llegado una niña de unos 4 ó 5 años. Y se ha parado frente al exaltado orador, que no hacía otra cosa que repetir sus invectivas contra todo pecador que se cruzaba en el camino. La niña ha estado un rato mirándolo fijamente mientras su padre hablaba por teléfono gesticulando aparatosamente con la mano que tenía libre. Depronto, en lo que ha durado un punto y aparte del que sermoneaba, la niña ha saltado con una inocente pregunta:
–“¿Por qué estás tan enfadado?… ”
-Sorprendido y de forma refleja le ha contestado Zaratustra- “Yo no estoy enfadado, es Dios el que lo está” -lo ha hecho, claro está, aplacando su tono bronco-.
La niña no se ha quedado muy satisfecho con la respuesta y, ávida de un “porqué” más digerible, ha empezado a incomodar al profeta con un montón de preguntas:
–… “¿Y cómo lo sabes?.. “¿Qué significa… la ira de Dios?”
—Ya en cuclillas y a su altura-: “Hija, eres muy joven para entender eso”.
No ha convencido para nada a la niña que ha seguido con su interrogatorio-:
-“¿Por qué Dios ha castigado a su hijo, no lo quiere, Dios es un mal padre?”.
Zaratustra ha empezado a titubear y como a buscar ayuda con los ojos. No daba crédito a que sólo una niña mostrase interés por sus apocalípticas admoniciones, y que unas ridículas preguntas estuvieran aguando su hilvanado speach; como tampoco parecía admitir que una mocosa, de forma tan candorosa, apuntara al dios bondadoso y deseable que todas las criaturas en el fondo deseamos, contraponiéndolo al dios calabrés y vengativo en cuyo nombre él llevaba un buen rato -y puede que media vida- hablando.
Pero algo más ha venido a componer el cuadro entre Zaratustra y la niña hasta convertirlo en una obra renacentista con un punto gore: del cielo ha venido a caer con torpeza una paloma poco inspiradora, estaba bastante sucia y tenía un ala medio desvencijada. El ave se ha situado entre los dos y ha picoteado las invisibles migajas que alguna merienda ha debido esparcir por el suelo. El profeta y la niña se han quedado mirando al pájaro, a una paloma que algún día debió ser tan blanca como la paz, y tener el buche lleno, el plumaje lustroso y, sin duda, haber representado la pureza, la esperanza, la salvación y… no sé cuántas más cosas muy cristianas.
Estaba contemplado este cuadro y me he dicho: esta Santísima Trinidad es surrealista, podría ser un cuadro de Boa Mistura y situarse entre lo mundano y los cismático. En ese instante he oído una voz decir:
–“Vamos, Lía, que mamá nos está esperando en Zara”.
Cuando he girado la cabeza, tras ver a la de la bici y su padre encaminarse también a Zara, la paloma ya se había esfumado y el profeta de la apocalipsis, con su sucia mochila, desaparecía entre la condenada muchedumbre. A lo lejos pude aún oír a Zaratrustra gritar:
-“Eli, Eli, ¿lama sabactani?”.
He sentido un escalofrío recorrerme el pescuezo de arriba abajo. Lo que me ha llevado inconscientemente a ver la hora en mi muñeca. De ella goteaba lo que parecía sangre, pero no, no era sandre, era una lluvia teñida de un rojo anaranjado -pareciá venir cargada con arena de algún desierto-, aún así he podido ver que estaba comenzando la sexta hora del día… ¿La sexta hora del día, qué estoy diciendo, pero qué hora es esa?… La pareja que había entrado en Zara interesada en la nueva colección de otoño/invierno ha pasado corriendo delante de mí con un montón de bolsas repletas de ropa, humedecidas ya por la lluvia. Corrían entornando los ojos, y protegiendo sus peinados con una improvisada mano a modo de visera. La mujer, retrasada por llevar un vistoso pero nada apropiado calzado, iba tras él recriminándole:
–“¡Martín, díxenche que levases o paraugas, aquí sempre acaba chovendo, nunca estamos a salvo.”
Del alma me ha salido una frase en latín que no he construido yo porque no lo hablo:
-«Vere filius Dei locutus est.»
Entonces ha ocurrido algo inaudito, el cielo se ha cubierto volviéndose de un gris extraterrestre, parecía una mancha expansiva de oscuro y denso mercurio, el suelo ha crujido y temblado bajo mis pies y el velo del cielo se ha rasgado en dos como si fuera de cartón. Un ciego de la ONCE, con su chaquetilla amarilla e ignorando la lluvia, se me ha acercado “mirándome fijamente» y ha dicho con la rotundidad de un juez sentenciando a muerte:
–Capítulo 27, versículos 45 al 56 del Evangelio según San Mateo. El hijo de Dios resucitará al tercer día y volverá a aparecerse a sus discípulos.
El corazón me ha dado un vuelco y no he tenido valor suficiente para revolverme y gritar al cielo:
-“¡Dios santo, qué demonios está pasando en esta maldita calle!”.
Como un trueno lejano descerrajándose en la inmensidad del cielo, una voz sin duda extraterrestre y sobrecogedora ha respondido a mi muda pregunta desde dos más allás, el de Zara y el del mismísimo Zara…tustra:
-“Un sindiós, hijo, esto es un sindiós”.
Gracias amigo! seguiré leyéndote hasta completar mi albún «Baena» el de las lindas palabras. Escribís bello, seguí escribinedo que siempre algo sale!
Of course, art. Aunque la vida no tiene arreglo, hay que reparar en ella.